No sé si ustedes se sienten igual que yo, pero a medida que transcurren los días y observo, con satisfacción, alegría, agrado, placer, gusto, deleite, gozo y demás sinónimos de “sentirse bien”, que la vacunación progresa en Panamá, la sensación de paz en mi corazón va en aumento. Quizás la vacunación no va tan rápido como uno quisiera, pero avanza porque gracias a Dios los panameños siempre hemos sido muy cumplidos con nuestras inmunizaciones, costumbre que ha permitido que se reduzca considerablemente la incidencia de muchas enfermedades infectocontagiosas en todos los niveles de la sociedad.

Les cuento que me siento como cuando uno ve una película sobre “el fin del mundo”, ya saben… esas en que los pocos sobrevivientes de algún evento nuclear apocalíptico viven en túneles por décadas esperando que la Tierra sane. En las dos horas que dura la cinta los personajes se odian, se matan ─como si no hubieran sido testigos de suficientes muertes─ y se aman también. Tienen en común que la mayoría ha escuchado sobre algún rincón en el que se puede volver a vivir. A vivir como personas normales quiero decir.

Al final ─en muchos casos─ emerge un mensaje de esperanza en el cuerpo de una pequeña flor que lucha por brotar en medio de la devastación o un sol que ilumina aquel lejano oasis hacia el cual dirigen sus ojos los protagonistas y que ofrece un parche de vida verde. Supongo yo que estos “finales felices” se deben, principalmente, al hecho de que, pase lo que pase, nunca se pierde del todo la fe en la humanidad. El futuro queda a discreción de los espectadores y, cada quien puede ponerle su punto o su coma. ¿Les suena familiar?

Mi esposo y yo escogimos quedarnos “en la cueva” durante trece meses calendario. Mantuvimos el confinamiento hasta haber recibido la segunda dosis de la vacuna, como ya muchos de ustedes saben pues, a pesar de que algún día dije que no escribiría sobre la pandemia, reconozco que no cumplí mi promesa. Nos pareció la mejor forma de contribuir a que no aumentaran los contagios. Éramos solo dos que no circulaban, pero cada uno cuenta.

Ya saben también que luego de vacunados emprendimos viaje a visitar a los nietos que teníamos casi año y medio de no tocar. Gracias a la tecnología los podíamos ver en llamadas por vídeo, pero muchos de ustedes sabrán que hablar con un niño pequeño a distancia no es lo mismo que cuando uno lo tiene juntito. En ese viaje pudimos observar como la vida retornaba lentamente a su normalidad anterior.

Nueva York, por ejemplo, se sintió vacía en comparación con su apiñada vida anterior, pero se sintió viva. A los restaurantes les han permitido “robarse” pequeños tramos de calle/acera para colocar unas estructuras que ofrecen techo y pared a un par de mesitas donde se puede disfrutar de una comida y una conversación. Poco a poco los sitios que por años han gozado de gran popularidad entre residentes y visitantes han ido abriendo con aforo limitado, pero abriendo. No le ha llegado la hora al teatro por lo que Broadway todavía sufre, pero anuncian que para fin de año se volverá a escuchar la música.

En Carolina del Sur había una mayor sensación de libertad pues allí, por el clima, están organizados para vivir más en exteriores. Ver a los niños irse al colegio en su bicicleta y regresar felices hablando sobre las cosas sencillas que han vuelto a disfrutar, como conversar con sus amigos, fue un verdadero placer.

He vuelto con la esperanza de que en Panamá empecemos a salir de la cueva responsablemente, siendo responsablemente la palabra clave aquí. ¡Buenos días, Tierra!