Todo empezó en  2010, cuando me entró una añoranza terrible por un buen tamal que además de rico fuera grande, como los que me acostumbré a degustar en mi infancia gracias a las manos hacendosas y la excelente sazón de una tía abuela a la que llamábamos Mama Chenta.  Alguna vez ya les he contado que con ella aprendimos mucho de cocina.  Restregar su minipailita en la que se miraba hasta dejarla como nueva era una tarea que solo nos asignaba una vez comprobaba que éramos capaces de hacer el trabajo bien.

El primer año que me aventuré a hacer tamales tratando de llegar lo más cerca posible a la receta de Mama Chenta, produjimos como 96 unidades.  Le mandé a mis hermanos, y a mi mamá le pedí que me sirviera de jueza, pues ella por años había interrogado a la autora, quien siempre generosa no se guardaba ningún detalle. El que más nos viene  a la mente es molerle chicharrón a la masa, lo cual implica hacer chicharrones, una tarea que no es nada fácil y que confieso fracasé en múltiples ocasiones.

Pero bueno, la cosa es que año tras año hemos ido haciendo ajustes tratando de llegar lo más cerca posible a la receta original, pero lo más maravilloso de este evento es que se genera una camaradería única mientras se trabaja. Del pequeño grupito que comenzó envolviendo en aquel primer año, la asistencia ha aumentado y cada vez tenemos más manos que colaboran. Claro que cada voluntario se lleva su bolsita de tamales antes de irse. Además, la producción me ha servido para regalar a quienes quiero mucho pero no sé qué darles para fin de año.  Se matan dos pájaros de un tiro.

Hace unos días me llamaron de La Prensa para invitarme a la filmación del proceso de la tamalada. ¡Qué susto! ¡Imagínense ustedes… yo en cámara! Eso es algo muy complicado pues eso de hacer tamales, como ya les dije, es un proceso largo y sudoroso.  Ya podía ver yo lo que ocurriría cuando empezara la molienda y los chorros comenzaran a deslizarse desde la frente hasta la punta de los pies.

Mis maquinitas de moler que han sido fieles por muchos años, y ahora muchas se han ganado el descanso pues solo una se engancha al motor que me regaló mi marido para hacer más fácil la tarea, estaban envidiosas cuando vieron que solo una salió a la faena, ganándose así el derecho a ser vista en las redes. Como era filmación el proceso se hizo sin el motor, ya que el escándalo que hace es tan grande que no se hubiera entendido nada en la filmación. A medida que fue transcurriendo el día la cocina que recibió al equipo de un impecable nunca visto fue perdiendo la compostura, tal y como suele suceder en la verdadera tamalada, y nos fuimos arrinconando en aquellos sitios en que todavía quedaba algún vestigio de presentabilidad. Fue un día muy divertido, pero no sé cómo hará la tropa de camarógrafos y fotógrafos para que no salga en el documental el maíz en el pelo, las manos naranja del achiote y los cachetes desteñidos de fin del día.

El caso es que ya casi terminando me entero de que el domingo 3 de diciembre habrá un A la mesa con fotos mías y un gran picadillo de ajíes y otros ingredientes. ¡Otro susto! Pero muy orgullosa de estar en las páginas de la maravillosa revista que vi nacer y alimenté por 10 años con mi socia María. Muy orgullosa de verla tener sitio web y otras modernidades.