En los últimos años he tenido oportunidad de viajar a España un par de veces. Llámese afortunada casualidad o ganas y más ganas de entender a ese fabuloso país. No lo sé, pero el caso es que entre más lo conozco, más me gusta. Tiene un único problemita y es que por ser tan grande y tan diverso se le gastan a uno muchos viajes antes de sentir que verdaderamente se ha metido en el corazón del mismo.

Empecemos por entender que cada región -y son tantas como reinos hubo alguna vez- no solo es diferente en su geografía, sino en lo profundo de su ser, en la lengua que se escucha por las calles, en lo que comen, en cómo lo comen, en lo que les gusta y lo que detestan, en la forma de hablar, que no es lo mismo que la lengua, y hasta en la dirección en que se orientan sus creencias religiosas o su ausencia de ellas.

Nada de eso importa porque por distinto que sea sigue siendo fascinante, y lo que más me tienta es casualmente descubrir como 50 kilómetros más para allá o más para acá hacen una diferencia monumental en lo que voy a encontrar. Estoy ahora mismo planeando un viajecito de esos porque la boda de un sobrino me llevará nuevamente a ese amado destino.

Ha cambiado la ruta mil veces. Que si por el calor, que si porque esta ciudad o aquella estarán vacías por las vacaciones de verano, que si porque no hay tiempo para tanta cosa. Empezamos yendo al sur -después del evento, claro- y terminamos por el norte. Seguimos recorriendo la ruta de la reina Isabel y luego la eliminamos porque necesitábamos más tiempo para hacerla a cabalidad; que si aquí nos íbamos a quedar dos noches y mejor nos quedamos tres; que si vamos a alquilar un auto para tal o cual tramo; que si no estamos seguros.

Bueno, así está la cosa. Un poco enredada en comparación con que usualmente tenemos listo para esta etapa en relación con la fecha de partida, pero qué más da, porque mientras uno tenga los hospedajes todo lo demás da cabida a la improvisación, que tampoco tiene nada de malo, especialmente cuando es una improvisación organizada.

La improvisación organizada funciona así: uno reserva para asistir a las visitas/eventos/giras que ocupan la calidad de indispensables en la lista, y lleva otra lista de opcionales que se pueden usar para llenar espacios vacíos o no. Es decir, si a uno se le antoja pasarse una tarde entera sencillamente deambulando por las calles de alguna bella ciudad o pueblo, sin más rumbo que el que marquen los pies y el estómago, así se hace. Este es un lujo que uno se puede dar cuando se lleva un solo compañero de viaje y este accede a todo lo que uno sugiere o lleva organizado por adelantado. Ya cuando la cosa es en grupo se complica un poco más, pero no es nuestro caso.

Estos viajes funcionan además como una especie de luna de miel, que nunca está de más cuando se han acumulado varias décadas de vida en común. Los dejo con eso por ahora y ya les contaré cómo termina la historia en unas cuantas semanas. Por lo pronto, ¡olé!