Faltan pocos días para que se acabe noviembre, y con eso casi-casi que tenemos un pie en 2018.

Nuestro glorioso tricolor va a dar paso al rojo y verde navideño, y no quiero ponerle fin a las festividades patrias sin antes aplaudir unas cosas y abuchear otras:

Primero lo bueno: ¡Nos vamos pal Mundial! Ese día llegué a la oficina y la única que tenía su suéter rojo era yo. Veía improbable que todos los astros se alinearan a nuestro favor, pero no imposible. Horas más tarde, cuando llegué al Rommel, el tráfico era descomunal y entré al estadio al minuto 6 del partido. Me perdí entonar el himno, pero la masa de gente coreando “¡Sí se puede, sí se puede!”, me despelucó toda. En verdad se me aguaron los ojos en ese momento. El marcador demostró que sí se pudo al minuto 88, pero gasté el último 2% de carga de mi celular llamando a todo el mundo que conozco para reconfirmar que de hecho nos íbamos para Rusia.

Lo malo: Tenemos que aprender a ser más civiles. Lo pienso cada día, en varios instantes, pero nunca más que cuando estoy manejando. Algo que me desconcierta es la falta de cortesía y que la mayoría de los conductores no respetan los cruces peatonales. Les digo, a veces me da miedo parar yo y cederle el paso a alguien que quiera cruzar la calle, no vaya a ser que le atropelle el carro que viene en el carril de al lado, que pasa tan rápido que pareciera que le está huyendo a Chucky… Los que están en la comodidad de su carro, que se pongan en el lugar de quienes tienen que caminar bajo sol o lluvia, cansados, con niños o cargando paquetes, ¡y cedan el paso!

Algo bonito: La película Más que hermanos. Me hizo reír, me puso a llorar. Ojalá se gane su nominación a la Mejor Película Extranjera en los tan codiciados premios Óscar 2018.

Y lo feo: Mi hijo me contó hace unas semanas que estaba en un restaurante y en una de las mesas al aire libre se encontraba un señor en una silla de ruedas. Este señor observó cuando otro salió del restaurante, sonante y campante en sus dos piernas, y se montó en su carro estacionado en el espacio reservado para personas con discapacidad. El señor se indignó, con justa razón, y le pidió a su acompañante que lo aproximara al hombre del carro. Le cuestionó por qué, si goza de buena salud y tiene el pleno uso de sus facultades físicas, no respetaba los derechos de quienes sí requieren de ese espacio. El otro le contestó: “Le dije al biencuidao que me avisara si llegaba alguien que necesitara el estacionamiento”. En serio, ¿esto qué es? Hasta mi hijo, de 13 años, me preguntó cuando terminó de contarme, “Mami, ¿puedes creerlo?”.

La verdad que sí lo puedo creer. El juega vivo y poco importa no es un concepto ajeno a nuestra realidad. Casi casi que es el pan de cada día.

Como ven, tenemos cosas buenas, malas, bonitas y feas. Recordemos que hacer patria no es sacar nuestras banderas un mes al año y luego guardarlas hasta el próximo. Hacer patria es algo que se construye todos los días. Siendo respetuosos, tolerantes, productivos y aportando en menor o mayor medida al enaltecimiento de nuestra pequeña, pero grande Panamá.