Estoy sentada con el plato enfrente. Pero no me puedo concentrar en mi comida, porque mis ojos se desvían a la fuerza hacia el plato de otro individuo en la misma mesa. Bolitas de carne machacadas, revueltas con bistec picado, que procedió a colocar dentro de una moña abierta de pan. Esta aberración gastronómica casi me quita el apetito y me puso a pensar que si cada persona es un mundo, no hay algo que lo evidencie más que los diferentes gustos por la comida.

En mi grupo de amigas tengo una que le pone kétchup a todo. A TODO. Papas, arroz, huevo frito, lo que sea. Mientras, tengo otra que no puede comer si hay un frasco de este mejunje sobre la mesa. Literal, se lo tienen que llevar o no come.

En mi casa también observo este tipo de rarezas. Tengo un hijo que le echa salsa barbacoa a lo que aterrice en su plato, otro que tiene afición por la pimienta roja y que todo sea picante, y ni hablar de la salsa Kikkoman, que dice presente en el arroz, los vegetales, pescado, y lo que sea de uno más de mis hijos. No sé si es mi imaginación, pero estoy casi segura de que una vez lo vi echándole Kikkoman hasta a las papas fritas. ¡Guácala!

No es que en mi casa alguno de nosotros viene ni va para algún centro Le Cordon Bleu, pero vamos, tampoco quiero criar salvajes culinarios.

Yo también tengo gustos particulares, pero se inclinan más hacia las cosas que NO me gusta mezclar. Por ejemplo, odio las pasitas. Si no las tolero solas, imaginen lo que pienso de combinarlas con comidas favoritas, como tamales y chocolates. Creo que la población está dividida 50/50 en facciones a favor de las pasitas y los anti-pasitas.

Claro, los chocolates no son un grupo alimenticio per se, pero en mi libro nunca se deben mezclar con frutas. Jamás. Por favor, los chocolates acá y las frutas bien lejos, por allá.

Me dejan perpleja los nuevos sabores que veo brotando en productos cotidianos por todas partes. Helados con trocitos de tocino, papitas con sabor a pollo, ¿qué está pasando en el mundo?

Hablando del mundo, descubrí que en Japón es popular un chocolate Kit Kat con sabor a wasabi y en Rusia venden Pepsi con sabor a capuchino. ¿Esto qué es? ¡O te tomas un café o una soda, pero no los dos a la vez ni uno con sabor al otro!

Pero no todo es malo en otros lares. Hay quienes quieren salvaguardar la dignidad de la comida. En Francia te miran feo si pides kétchup para las pommes frites, y puede que en Italia te boten de un restaurante si te ven masacrando el espagueti con los cubiertos.

Pero después escucho lo que alguien me acaba de contar… que le echa sirope de pancakes a los huevos revueltos (o a cualquier otra cosa que sea parte de su desayuno).

Como dicen, para gustos están los colores… o mejor dicho, los sabores.