Amaba tanto mi vestido de novia que le decía a mis amigas en broma que, el día en que yo partiera de este mundo, me lo pusieran para irme bella al cielo.

Aún recuerdo el día que lo encontré. Después de medirme un buen par, lo vi y me enamoré. Realmente viví ese momento de amor a primera vista y la sensación de princesa de Disney esperando la frase “y vivieron felices para siempre”.

Pasaron los años y el príncipe se convirtió en sapo. Solo me quedaron los recuerdos y algunas pertenencias guardadas. Les confieso que el día que me enteré de la infidelidad de mi esposo, me llené de tanta rabia que boté muchas cosas: cartas, fotos, regalos. Pero jamás se me hubiera cruzado por la mente deshacerme de una cosa: mi vestido de novia, blanco, pomposo, lleno de flores, con su gran velo bordado en encaje.

Más que por su valor monetario, era por lo que significaba para mí. Era el vestido con el que alguna vez me sentí como una princesa llena de sueños y totalmente enamorada.

Han pasado tres años desde mi separación y todo este tiempo he trabajado en hacer un “detox” en mi vida, alejarme de todo lo negativo y de las cosas que no me dejaban avanzar emocionalmente. Lo primero fue aceptar que ya no había vuelta atrás a todas las decisiones tomadas. Entendí que ya estaba lista para escribir la nueva historia de mi vida.

Así que un buen día, en una de esas tardes que te sobran unos cuantos minutos para pensar en lo impensable; una vocecita en mi mente me dijo: ¿Para qué sigues guardando ese vestido? Mejor sácale provecho.

Si me vuelvo a casar, definitivamente no voy a usar el mismo. Lo desempolvé, lo mandé a lavar y me decidí a venderlo por internet. Al principio no tenía mucha esperanza de que hubiera alguien interesada, ya que tenía más de 10 años y las modas han cambiado mucho.

Una mañana recibí la llamada: era una jovencita que se había enamorado de él, solo por las fotos, y que precisamente estaba buscando un vestido estilo princesa. La venta se pudo concretar; ella se fue contenta a vivir “su final feliz” y yo… me fui de compras. ¡Sí, lo acepto! Me compré ropa, zapatos, carteras, accesorios, me fui al salón de belleza y les compré a mis niños algunas cosas que necesitaban.

Unos meses después aquella jovencita me envió las fotos de su boda; se veía hermosa, feliz, ilusionada. Ese día yo llevaba puesto uno de los trajes que me compré con la venta. Me miré al espejo y saben qué… también me veía hermosa, feliz e ilusionada por todas las cosas nuevas que hay en mi vida. Si lo pienso bien, yo también tuve mi final feliz.