Hace unos años llegué a Panamá junto a mi esposo y nuestras dos hijas, con el fin de tener una mejor calidad de vida. Mi pareja venía con un trabajo asegurado, ya que la empresa donde laboraba lo trasladó a una sucursal en este país.

Nos adaptamos fácil y los dos primeros años pasaron sin contratiempos. Pero para el tercer año mi relación de pareja cambió; empezaron las mentiras y esa sensación de que había cosas que mi esposo me ocultaba. Además, nuestra situación financiera se deterioró tanto que empezamos a conversar sobre emigrar a otro lugar.

Parecerá de película, pero un sábado en la mañana, me levanté de la cama y en la cocina había una nota que decía: “no aguanté más; me fui para España. Cuando esté listo hablamos”.

Quedé paralizada. No me contestaba el teléfono ni los correos, nada. Llamé a mi suegra, que aunque vivía aún en nuestro país de origen, mantenía una buena comunicación con él. Sus respuestas fueron esquivas; sentía que ella sabía, pero no quería decirme.

Me quedé sola, sin empleo en un país que no era el mío. Agradezco a todas esas amigas que me dieron la mano en los momentos más difíciles.

Para resumir: él desapareció por un año. Un año eterno donde su familia me dio la espalda. Muchas veces pensé volver a mi país, donde aunque pasara penurias, por lo menos tenía a mi madre y hermanos cerca. Ese año nos mantuvimos a punta de donaciones y de pequeños trabajos que podía hacer (niñera, cajera, vendedora).

Pero lo mas difícil fue explicar a las niñas por qué su papá no estaba, y se había ido sin siquiera despedirse.

Hace unos meses, recibí su llamada. Dijo que quería saber de las niñas y contarme que había empezado una nueva vida con otra mujer. Me llené de rabia, y le solté lo que tenía guardado en mi corazón por doce meses.

A la pregunta de por qué se había ido de tal manera respondió que ya no se sentía cómodo en este país ni conmigo, así que decidió “volar y ser libre”. Jamás salió de él la palabra manutención ni ayuda para sus hijas.

Con él no pude llegar a un mutuo acuerdo de nada; así que desde lejos estamos en una guerra legal, en cuanto al divorcio y a la ayuda económica.

La abogada me recomendó que averiguáramos si mi esposo había dejado algo a su nombre en Panamá para ver la posibilidad de hacer un secuestro legal y vender la propiedad y con ese dinero ayudarme a pagar parte de los gastos de las niñas.

También nos enteramos que familiares de él se vinieron a Panamá y están laborando y cuentan con papeles al día (sobre su estatus migratorio); en ese caso trataremos de meter una demanda para demostrar que sus familiares cercanos se encuentran en la condición financiera para ayudarnos.

Nosotros ya pusimos la denuncia de desacato de pensión alimenticia, él solo debe pisar el país y de inmediato aparece en la lista de que tiene un caso pendiente.

Así que por el momento, los primeros pasos han sido en la dirección de buscar la manera de sacar dinero a través de los bienes y pertenencias que él dejó y tramitar una demanda para pasar la pensión a sus familiares cercanos.