Cuando empezamos el proceso de separación yo me dedicaba al cuidado de nuestros hijos y él era el proveedor del hogar. Yo estaba muy consciente de que, al quedarme sola al cuidado de los niños, debería buscar la manera de generar ingresos extras o volver a la vida laboral. Pero no era cuestión de chasquear los dedos para que apareciera el dinero o la vacante.

Como no acepté un mutuo acuerdo, ya que la manutención ofrecida para un bebé y un niño en edad escolar era extremadamente baja, nos fuimos a juicio en el Juzgado de Familia. Yo no podía pagar un abogado, así que decidí hacer el trámite sola; él sí utilizó los servicios legales de una abogada.

Presentar los documentos para empezar un juicio por pensión alimenticia no fue complicado: solo la cédula, certificados de nacimiento y matrimonio, recibos y facturas de los gastos mensuales. Me tocó esperar unos cuantos días hasta que nos acordaron la fecha del juicio, que sí fue un poco demorada; casi tres meses.

Llegó el día y allí estaba yo, nerviosa, triste y esperando que realmente tuviéramos un juicio justo. Nos tocó una jueza que revisó las dos propuestas. El primer golpe fue que decidió solo considerar lo presentado por él, ya que los documentos habían sido preparados por un “profesional legal”. Me preguntó si estaba de acuerdo con la suma y no acepté; le di mis motivos y las pruebas de que los niños tenían muchos más gastos importantes. Por ejemplo, él no consideraba que el transporte escolar fuera una prioridad, por lo tanto, no estaba dispuesto a contribuir con él.

Para resumirles el juicio, las palabras de la jueza fueron las siguientes: “Usted tiene que entender que las cosas ya no son iguales, y aunque no esté laborando en este momento, debe buscar la manera de pagar los gastos de los niños y la casa; recuerde que él ahora tiene otros gastos”. Salí decepcionada, asombrada, con una sensación de derrota y con casi 300 dólares en gastos que debía asumir, aunque no tuviera trabajo, porque él tenía ahora otras prioridades.

Menos mal que a la salida me esperaba una amiga, porque lloré por horas. Pero la vida continúa y existían dos niños que me necesitaban. Empecé un emprendimiento que fue mi principal sustento por dos años. Gracias a Dios, el dinero para pagar cuentas y comprar comida de alguna manera siempre llegaba. Dos años me tomó conseguir un empleo, tomando en consideración que estuve siete años fuera del mercado laboral. Pero en ese mismo momento mi ex se quedó sin trabajo y me tocó prácticamente asumir todos los gastos sola, más otros extras que llegaron. Hace poco consiguió otro empleo, pero ha sido una lucha muy grande para que cumpla con sus obligaciones económicas. Prácticamente solo aporta para la alimentación de los niños; yo pago absolutamente todo lo demás: escuela, transporte, niñera, doctores, medicinas, y un gran etcétera.

Tengo días en que siento que voy a explotar; en que mi cansancio físico, emocional y económico me abruman. Días donde quiero “tirar los guantes”. Lloro, no lo niego. Me desahogo con alguna buena amiga; oro, porque mi fe sigue viva; me levanto y continúo. Las batallas más fuertes, Dios se las da a los mejores guerreros.