Al día siguiente de que mi esposo nos abandonara, en diciembre de 2015, regresó a felicitar a uno de nuestros hijos que cumplía años. Recuerdo que me preguntó si quería un último favor y le respondí: “Tómame una foto con los niños, solo eso”. Estaba hinchada de tanto llorar, cansada, deprimida, rebajé 10 libras en pocos días y sentía que mi mundo se acababa.

Así mismo sabía que mis niños, aunque no entendían lo que pasaba, podían percibir que algo estaba mal con mamá.

Imprimí esa foto y empecé un álbum fotográfico. Al lado de ella escribí: ”Deprimida, sin vida social, sin auto, sin dinero, con deudas, durmiendo en un colchón en el piso, me siento muy sola”.

Ese día me propuse tomarme una foto con los niños todos los años en la misma fecha, y ponerle al lado cómo me siento y lo que he logrado. ¿Para qué lo hago? Pues como un método de motivación, de agradecimiento y para ver nuestra evolución. Quiero que pasen los años,  repasar todas esas fotos y pensar que hubo una época de mi vida en que creía que moriría de tanto dolor, donde me sentía la peor madre del mundo porque a veces no tenía fuerzas ni para cocinar, donde mi estrés financiero era muy grande porque no sabía de dónde iba a sacar el dinero para pagar algunas cuentas, pero ver cómo cada año, con mi esfuerzo y de la mano de Dios, mi corazón sanó, no me dejé vencer, trabajé y conseguí por cuenta propia todo los necesario para el bienestar de mis niños y el mío.

Esta tradición ya lleva con nosotros cinco años. Algunas fotos me la tomaron amigas y en otras invertí en una sesión fotográfica. Ahora se me ocurre que cada año podemos escoger un tema diferente: vaqueros, piratas, fantasía, etc.

Hoy me puse a leer lo que escribí en la del año pasado y quisiera compartir una parte con ustedes: “Compré una cama nueva, todas las cuentas están al día, tengo amigas y vida social, empecé un emprendimiento de galletas, sigo trabajando en conseguir un auto, tengo más paz y mi corazón sigue sanando, mi paciencia con los niños ha aumentado, nuestra economía está un poco mejor, los niños están sanos y felices, sigo luchando, no me rindo”.

Les confieso que cuando vi la última foto y la comparé con la de 2015, lloré. Ver las caritas de mis niños entre la primera y la última hizo que se me aguara el corazón. No había notado que en la primera me miraban, como diciéndome: “Mamita, sentimos que algo malo pasa”. Ver cómo en las siguientes sonríen, y que en sus ojos se refleje alegría, es un sentimiento que no tiene precio.

Luego de media década, te puedo decir amiga mía que: ¡No te mueres nada!, pero es decisión tuya y solo tuya quedarte sumergida en el dolor o aceptar la situación y empezar a construir una vida con nuevos sueños y metas.

No te voy a engañar, el camino puede ser largo y con bajones emocionales, pero lo importante es no perder la fe, rodearnos de gente positiva que nos apoye y tener todas las ganas de renacer.