Mi papá siempre ha sido muy abrazador. Crecí viéndolo. Su abrazo no es como otros. Es de esos abrazos de oso que se dan con ganas. Cuando quieres que la otra persona sepa que te importa, que te alegra verla, que es especial, que es un buen amigo o un familiar querido. Yo seguí su buen ejemplo y me considero una abrazadora empedernida.

Puedo imaginar cómo se debe sentir mi papá desde que comenzó esta pandemia, privado de ese calor humano, de la cercanía física a los amigos y seres queridos. No hay reunión de Zoom que lo reemplace.

Mi hijo menor heredó no solo el nombre de su abuelo Carlos, sino también sus cualidades de abrazador. No pasa un día sin que me diga “necesito un abrazo”. Dice que es recargarse de energía, sin saber que es él quien me recarga.

Por mi parte, no me acostumbro a este término de “nueva normalidad”. No pierdo la esperanza de volver a lo realmente normal. No sé si será en unos meses o en un año, pero confió que, junto con mi padre y mi hijo, volveremos a repartir abrazos a nuestros seres queridos y este distanciamiento social será un recuerdo más de la pandemia.

Sinceramente, me preocupa que se nos olvide lo normal. Para mí lo normal es dar la mano, dar un beso, dar un abrazo, sonreír y que se vea (no detrás de un tapaboca). Es reunirme con mis amigos alrededor de una barbacoa. Es disfrutar un concierto. Es poder confortar personalmente por la pérdida de un ser querido. Es convivir, es la cercanía social. No el distanciamiento.

Espero que al derrotar la pandemia podamos volver a nuestra normalidad con facilidad y no permanezca como parte de nuestra vida esta separación a la que nos obligó un infame virus.

No me mal entiendan, me parece fabuloso que aprovecháramos al máximo las facilidades de la comunicación virtual. Nos permitió realizar rosarios, cumpleaños, misas, reuniones de trabajo, clases escolares, en fin, han venido a resolver y hacen más llevadero este distanciamiento y sobre todo, poder mantener la consigna #Quedateencasa.

Sólo que, una cosa es decidir celebrar una actividad de manera virtual y otra es no tener otra opción para hacerlo. Pienso que cuando todo esto pase habrá una mezcla de ambas posibilidades y quien no pueda llegar a la fiesta físicamente asistirá por Zoom, Whatsapp, etc. Hay cosas que llegaron para quedarse.

Ojalá permanezca el intercambio y la solidaridad entre vecinos. Que rico es encontrar en tu puerta una bolsa con plátanos. Compartir los aguacates o limones que te llegaron del interior o disfrutar del tres leches, del helado de mango, del volteado de piña, o del pan que hizo algún vecino.

Apoyar los emprendimientos de cuarentena de vecinos, amigos y hasta de desconocidos es otra manera de ser solidarios, entendiendo que estamos juntos en esto y que debemos apoyarnos para salir a flote.

Volviendo al tema de este escrito, me imagino que, así como mis queridos Carlos, hay cientos, sino miles, de abrazadores; gente alegre y cariñosa que ha sufrido este distanciamiento social más que otros, que han recargado baterías a medias con abrazos virtuales y que esperan con ansias el poder hacerlo al 100%. A ellos les digo, tengan paciencia y fe. Todo pasa y esto también pasará. Un abrazo.