Cuántas veces nos decimos que seremos felices cuando consigamos un buen aumento de salario, con una casa nueva, con un terrenito junto al mar, con ese carro último modelo, con 30 libras menos… Así tenemos los ojos puestos en un horizonte que parece perfecto y que está por allá, muy lejos, pero que cuando lleguemos, ¡ah, sí!, entonces sí que seremos felices.

Y en el camino dejamos de apreciar esa veranera en flor, la carcajada de un niño, el olor a café recién hecho o el sabor de un mango maduro y, en estas fechas, los efímeros destellos de los fuegos artificiales.

Creo fielmente en crear visiones, en fijarnos nortes y metas retadoras y en avanzar consistentemente en nuestras rutas. Pero así como creo que el que no sabe para dónde va realmente nunca llega a ningún lado, también creo que el que en busca de la meta olvida el proceso, se está olvidando de vivir.

Porque la felicidad está en la cosas grandes, en los logros magníficos y en los proyectos cumplidos, pero sobre todo, está en el momento y en las cosas pequeñas.

En mi práctica como coach de vida trabajo con mujeres estupendas que a veces están en los dos lados opuestos del espectro. Algunas se sienten sin dirección y encuentran su vida sin norte definido, donde un día se superpone al otro sin fin a la vista. Hay otras que tienen claro a dónde van, pero en el empuje continuo y la carga que tienen llevando esa ruta, sienten que han perdido todo balance y que la vida se les pone cuesta arriba en un constante forzar y seguir empujando para que las cosas pasen.

Cuando se les nubla la dicha me gusta volver a lo básico, a lo tan básico que obviamos tantas veces. Simplemente les pregunto: ¿Qué te hace feliz? ¿Qué te gustaría estar haciendo en este momento si nada ni nadie se interpusiera?

Las respuestas a estas preguntas vienen acompañadas de una sonrisa y varían desde el oler la tierra mojada, dormir una siesta, tomar un café sin prisas con las amigas, conversar o jugar con sus hijos, emprender, celebrar logros, atreverse, reír más, compartir con amigos y hasta bailar.

Y cualquiera de esas cosas podrían ser buenísimas en un yate de 600 pies pero, la verdad, que se sienten igual de estupendas así sea en el patio de tu casa. La felicidad se encuentra cuando estamos conscientes de las cositas simples que nos hacen feliz, cositas pequeñas que nos ocurren todos los días y que, por estar pendientes de eventos más grandes, las perdemos sin darnos cuenta.

A mí me hace muy feliz cuando un buen proyecto se concreta, pero cuando mi hija Ana se desternilla con esa risa de cascada tan suya, a mí se me infla el corazón. Y cuando mi hija Mar se sube a mis piernas y me echa los brazos al cuello, cobijándose en mí para un abrazo, ¿qué quieren que les diga?, en esos momentos, y solo con eso, soy feliz.

También soy feliz cuando me puedo dar un baño largo y caliente sin que nadie me interrumpa (ya sé, pocas veces las madres nos podemos dar ese lujo); era tan feliz cuando mi Lola, mi chihuahua adorada, se me acurrucaba y se ponía panza para arriba para que la rascara y la consintiera; y lo soy cuando me balanceo fuerte y alto en el columpio de un parque con el viento en la cara y enredado en mi cabello.

Soy feliz cuando oigo el mar o cuando veo las nubes en formas hermosas y en especial me fascinan cuando tienen destellos anaranjados y rosas. Una luna llena grande y amarilla me deja sin aliento. Y paro. Me detengo a consciencia para apreciar ese momento, para estar presente, para apreciar que esos detalles son gotas que también aportan para llenar mi vaso de la felicidad.

Claro que también me encanta lanzarme a proyectos nuevos, retadores y cada vez de mayor alcance y que generen más valor; me encanta aprender y emprender; me entusiasma planificar y hacer estrategias; tener mis ojos en un futuro emocionante. ¿No es acaso eso lo que prende la chispa adecuada?

Aun así cada día trato de ser más y más consciente de esas pequeñas experiencias que me hacen feliz y me acarician el alma en el momento presente. Esas cositas que, incluso cuando estoy a medio camino de una meta, me ponen una sonrisa en la cara. Me permiten regocijarme en el día a día.

Creo que la felicidad está en tener proyectos en tu vida que hagan que te levantes cada mañana con ilusión y te acuestes orgullosa de la vida que estás construyendo para ti, y creo que esta felicidad la encuentras y la disfrutas cuando prestas atención a las pequeñas cosas que te pasan a diario, así, pequeñitas, casi sin sentido ni propósito, pero que te cargan de energía para seguir el camino.

La belleza solo puede apreciarse en el momento presente, y curiosamente presente es también otra manera de decir regalo.

Te invito a que te preguntes, ¿qué pequeñas cosas me hacen feliz?, ¿qué experiencias simples me ponen una sonrisa en la cara? Y ahora te animo a que las incluyas más en tu día a día, sea haciendo más de ellas o apreciándolas más cuando ocurran.

La felicidad te está aguardando en tus planes futuros tanto como en tu cotidianidad, en tu presente, en tu regalo del hoy y del ahora.