Yo no quería un baby shower. Cuando finalmente quedé embarazada y logramos que el embarazo llegara al segundo trimestre, eso era lo último en mi lista.

Mi objetivo era tratar de convencerme de que todo estaba bien. En las mañanas pasaba revisándome de pies a cabeza para asegurarme de que aún sentía los malestares del embarazo, y que ninguno fuera desproporcional al rango de “normalidad” que comentaban las mamás en Babycenter.

Cuando iba manejando le hablaba a mi bebé y le rogaba que se quedara conmigo. Que pudiéramos lograr salir de esto juntas. Para ese momento mi esposo y yo estábamos tan distanciados que su presencia o no en el futuro de mi ecuación familiar era incierta.

Dicen que uno tiene la capacidad de moldear los recuerdos. Omitir las cosas muy negativas y quedarse con las positivas. Buena estrategia para superar las experiencias traumáticas, pero con mi embarazo quise quedarme con la memoria exacta.

Hoy quisiera comentarles tres cosas que me hubiera gustado hacer diferente durante mi primer embarazo.

1. Cuidar mejor mi salud.

Claro que yo tomaba todas las medidas para cuidar mi embarazo y a mi bebé. No comía las cosas que estaban prohibidas, trataba de descansar un poco, hacía cada cosa que el doctor me recomendaba. Sin embargo, me excedía un poco y no tomaba las mejores decisiones alimentarias. No hacía nada de ejercicio, trabajaba demasiado, me alteraba fácilmente y no buscaba formas de relajarme y soltar el estrés.

Hoy reconozco que, si bien no hacía nada que dañaría a mi bebé, estas decisiones afectaron mi autoestima. En mi segundo embarazo, que curiosamente me dio un par de sobresaltos físicos a diferencia del primero, practiqué un poco de yoga prenatal.

¡Wao! Nunca he sido de las que encuentran ese estado de nirvana o paz en la meditación tan fácilmente. Pero lo que me impresionó del yoga fue lo fuerte que me sentí. Lo segura de mi cuerpo. Me impresionó lo que podía hacer con algo de barriga y todo. Esta seguridad y autoestima pueden ser una línea de vida para los embarazos emocionalmente difíciles.

2. Compartir con mis amigas.

Entre el trabajo, el cansancio y el estrés, no pasé mucho tiempo con mis amigas. Entonces, cuando las cosas se complicaron un poco más, hubo momentos de mucha soledad en los cuales estoy segura de que ellas me habrían podido apoyar.

A veces cuando batallamos contra la infertilidad nos convencemos de que nadie nos entiende, y nadie quiere cargar con nuestros problemas. Esto no es verdad. La gente a veces no pregunta porque no saben si es lo correcto. La infertilidad es un súper tabú, nadie habla de eso. Entonces esa soledad nos la imponemos nosotras.

Creo que hay que comenzar hablando claro. Yo no quería escuchar que todo iba a salir bien porque me constaba que a veces no es así. Tampoco quería escuchar de las experiencias de embarazos saludables y felices en los cuales desde el día uno se decoraba el cuarto y se hacía hasta fiesta para revelar el sexo del bebé.

¿Y quién me dijo a mí que mis amigas iban a hablar de esto? No solo fui cobarde al no darles una oportunidad, sino también al no utilizar mi experiencia para educar desde el día uno. Hay formas sensibles de preguntar, pero también hay maneras sensibles de contestar. Si algo nos incomoda, es absurdo pensar que no podemos decirlo a nuestras personas más cercanas sin lastimarlas o molestarlas.

Infertilidad, cuando la espera no es dulce

Infertilidad, cuando la espera no es dulce

Hoy recomiendo a cualquiera que comparta su historia con quienes los quieren. Que no se avergüencen y que no dejen que tabúes de antaño les alejen de sus seres queridos en los momentos que más los necesitan. ¿Quién sabe si alguien está pasando por lo mismo en silencio o tendrá que afrontarlo más adelante?

3. Pedir ayuda.

Como comparto con frecuencia, en mi caso la infertilidad impactó mucho mi relación de pareja. Cuando llegó al punto de que los zapatos volaban, aceptamos ir a terapia, primero de parejas, y luego individual.

Este fue el primer paso de muchos, pero nos ayudó a rescatar lo que quedaba y construir una nueva relación sobre bases más saludables. Después hubo otras circunstancias, unas milagrosas, otras buscadas, pero sin duda, cuando comenzamos a pedir ayuda las cosas empezaron a cambiar.

Creo que, de haber sabido lo que iba a pasar, habría buscado ayuda antes. Como no soy vidente, no tenía cómo saberlo. Pero si en aquel entonces más personas a mi alrededor hubieran compartido sus experiencias con la infertilidad tal vez no me habría sentido tan sola. La soledad es terrible.

Yo honestamente pensaba que estaba mal de la cabeza y no era así. Muchas compartimos ese dolor, ese trauma. Y con alegría les puedo decir que juntas lo podemos superar. Digo que lo podemos superar porque tal vez este escrito es todavía parte del camino que aún me quedaba por recorrer cuando nacieron final y felizmente mis hijas.

Así que decidí que mi historia no la cambio, porque se las debo a ustedes. Ojalá alguien lea esto y evite cometer alguno de los errores que yo cometí. Este fue mi plan B, pero el suyo puede ser mejor.