El Día de la Madre lo celebré en mayo en una corta videollamada con mi ‘hemosa’. Así llamo a mi mamá. La conexión de internet en su país era escasa pero logramos conectarnos ella, mi hermanita y yo. El screenshoot de esa videollamada con las tres en pantalla lo tengo aún guardado en mi teléfono celular.

Nací en un país donde el Día de las Madres se celebra el segundo domingo de mayo, pero crecí festejando cada 8 de diciembre el cumpleaños de mi ‘hemosa’.

Cuando me mudé a Panamá la fecha se la dedicaba exclusivamente a ella, por partida doble. Hace algunos años Dios me permitió celebrar con ella un 8 de diciembre en estas tierras.

Desde hace 13 años no vivimos en el mismo país. Estuvimos juntas el año pasado después de dos años sin vernos. Cuando me abrazaba le daba gracias a Dios por ese momento, por ese abrazo que nos dábamos después de tanto tiempo. Disfrutaba cada segundo al máximo y si por alguna razón teníamos alguna diferencia o desacuerdo, enseguida nos pedíamos disculpas. No había tiempo para peleas; eran contados los días que teníamos juntas.

Hace cinco meses Dios la llamó. No fue por el Covid; una sepsis apagó su vida en tan solo una semana, de forma inesperada. Tan solo unos días antes estaba trabajando con mi ‘hemoso’, mi papá.

Pasó una semana en cuidados intensivos. Yo, a lo lejos, en otro país, rezaba hasta dos o más veces el rosario, por día, pidiendo por su salud, pidiendo que despertara. Era lo que me consolaba y me daba paz en esos momentos de profunda oscuridad.

Mi ‘hemosa’ siempre fue una persona agradecida con la vida, bondadosa, con mucha fe, correcta, fiel a sus valores. No dudaba en ayudar a otros aún si esa persona no hubiera sido buena con ella. No era rencorosa. Una de las tantas lecciones que nos dejó.

Era mi mejor amiga, mi confidente, mi guía, mi asesora, mi seguidora más leal. Este año bromeaba al decirle que la había contratado como mi “community manager”, pues compartía mis escritos con sus contactos o en sus redes sociales donde era muy activa.

Nos escribíamos todos los días por Whatsapp; en videos, notas de voz o mensajes que incluía saludos especiales a mi bebé, su tercer nieto, su nieto panameño.

Guiada y motivada por ella, por Dios y el Espíritu Santo, he podido seguir adelante y recordar todos los momentos que tuve con ella. Veo sus videos y fotos y no siento dolor, solo la alegría que ella misma siempre transmitía.

Se me fue a los 64 años y aunque hubiera querido tan solo unos 10 años más, no le puedo reprochar nada a Dios, menos si Él me la regaló. Fue la madre más maravillosa, la más hermosa.