En una calle de Chitré

Gloria Edith Celerín de Correa y José Euclides Correa Dutary

‘Ella vivía a tres casas más abajo de donde yo vivía, así que para ir a la escuela, pasaba por ahí y la fui conociendo”, respondió José Euclides sobre su esposa Gloria Edith. Ambos residían en la calle Melitón Martínez, de Chitré, cerca del parque.

“Diariamente la pasaba buscando a su casa para llevarla a la escuela. Allá teníamos nuestro sitio donde nos sentábamos juntos”, evocó José. Se sentaban en un pasillo que estaba en la parte de atrás del colegio José Daniel Crespo, donde estudiaban. Ella tenía 16 años, y él, 18. Una profesora del colegio (que aún vive) los bautizó Romeo y Julieta.

“Teníamos mucho en común. Me parecía un muchacho bueno. Siempre he dicho que cuando son buenos hermanos y buenos hijos, van a ser buenos esposos, buenos padres y buenos abuelos”, contó Gloria.

Cuando salían de clases, él la esperaba para acompañarla a casa. Esta costumbre se mantuvo hasta la universidad. Él comenzó a estudiar arquitectura, y ella profesorado de inglés en la Universidad Nacional en la ciudad de Panamá. Él la esperaba para acompañarla en bus hasta Casco Viejo, donde ella vivía, y luego se regresaba en bus hasta San Francisco.

Estuvieron casi nueve años de novios hasta casarse. Prefirieron esperar hasta graduarse para tener una estabilidad económica. Tienen 46 años y cuatro meses de casados. “Él es muy detallista, cosa que yo no soy. Él es de ramo y flores, chocolates, de una tarjeta. Siempre tiene detalles en los aniversarios y días de la madre”, comentó Gloria.

“Creo que ella fue la que se me declaró”, contestó en broma José. Era la más tranquila de sus hermanas (la segunda de tres) y eso era lo que más le gustaba de ella. La pareja tiene tres hijos y seis nietos. Un séptimo nacerá en estos días.

 

A un balcón de distancia

Yabel Rodríguez de Hernández y Alberto Augusto Hernández

‘Así me conquistó’

‘Así me conquistó’

Yabel y Alberto vivían en vía Porras, en la misma barriada, en dos edificios distintos, uno al frente del otro. Se conocieron a distancia, entre un balcón y otro. “Con señas nos dimos los números de teléfono. Me llamó y empezamos a hablar”, recordó Yabel. Acordaron una cita en un parque en avenida Central. Ella tenía 22 años. Él era un año mayor.

“Cuando vi que venía, me entró como miedo (‘¿qué estoy haciendo?’, ‘no me gusta’, me dije) y me escondí”, evocó con risas Yabel. Luego de ese pequeño momento de temor, salió de donde se había escondido y se presentó. Él la acompañó a hacer unos mandados en el área y luego se regresaron juntos en bus a sus hogares. Alberto entonces empezó a visitarla.

Al año y medio se casaron. Lo que le gustó de él fue la manera como la trataba. “Era muy amable; todavía lo es”. Cuando ella quiere ir a algún lado, él se ofrece a acompañarla o a llevarla. “Siempre está atento y a tiempo”. Yabel y Alberto tienen 43 años de casados, 3 hijos y 4 nietos.

 

De la mano hasta el trabajo

Aurora Guerrero de González y Luis Ernesto González Rodríguez

‘Así me conquistó’

‘Así me conquistó’

Cumplirán 52 años de casados el 16 de abril. Aurora y Luis Ernesto, mejor conocido como Lucho, se conocieron mientras laboraban en la misma empresa.

En las mañanas, él la esperaba en la avenida Central a que ella se bajara del bus para tomarla de la mano y caminar juntos hasta el trabajo. Después de la jornada, se iban en chivita hasta la universidad. Estudiaban contabilidad.

Salieron por tres o cuatro años antes de casarse. “El problema estuvo en la pedida de mano”, acotó Aurora. Lucho tomó la palabra. “El papá de ella era un señor de carácter fuerte, amable, pero de carácter fuerte”, detalló. Los papás de ella vivían en Nuevo Emperador, Arraiján. Aurora vivía en Panamá con una hermana. Lucho quería pedirle su mano pero no se atrevía. “Le dije: ‘Señor José, quiero hablar con usted’. Me contestó: ‘A ver, ¿de qué quiere hablar?’. Le dije: ‘Bueno, es que Aurora y yo queremos casarnos’. ‘¿Cómo?’, reaccionó con voz fuerte, y me dijo: ‘Le voy a decir una cosa, me agrada que me lo haya dicho a mí primero antes que a nadie en el pueblo’”, recordó Lucho con una sonrisa. “Amén, tuve la bendición”, agregó.

Todos los domingos en la mañana, a Lucho y Aurora se les ve juntos en la iglesia Santísima Trinidad, de Bethania. Él la toma de la mano para ayudarle a caminar.

– ¿Qué le llamó la atención de la señora Aurora? “Tenía una atracción natural que me cayó bien”, me respondió. Aurora, por su parte, describe lo atento que él era y es. “Fue un hombre muy atento desde que lo conocí. A nosotras las mujeres nos gusta que nos traten bien”.

Aurora tenía 28 años cuando se casó, Lucho, 33. Tienen 2 hijos y 3 nietos.