La pandemia del Covid-19 ha dejado al descubierto la debilidad de muchos pilares sociales que creíamos sólidos y que han mostrado su desgaste. De hecho, algunos que creíamos tener, son inexistentes.

Se ha mencionado, a lo largo de estos dos meses de confinamiento, que el virus dejaría secuelas graves en aquellas personas en condiciones vulnerables de salud.

De ahí que el mayor número de fallecidos los hemos visto en personas con alguna condición de salud previa: diabetes, hipertensión, enfermedades pulmonares, cáncer y otras. El coronavirus no ha distinguido ni conoce de etiquetas, pero ha demostrado arrasar con los débiles.

En todo el planeta, los gobiernos han establecido medidas de bloqueo para los ciudadanos mientras el virus se apodera cada vez más de la población mundial.

De repente, y por primera vez en mucho tiempo, las grandes poblaciones se enfrentan cara a cara con un sentimiento de exclusión de la vida normal y una sensación de aislamiento, ya que tanto las personas infectadas como las que no, nos hemos visto obligadas a permanecer en casa, sin salir a sitios públicos y con múltiples restricciones.

Los 1.3 millones de personas que viven con discapacidad en el mundo no son ajenos al tipo de exclusión que el coronavirus ha impuesto al resto de la población. Muchas personas con discapacidad y sus familias han vivido el aislamiento, no por semanas, sino de por vida.

Se habla de prepararnos para una “nueva normalidad”, la cual sería una sorpresa solo para aquellos a quienes la cuarentena es una novedad. Para las personas con discapacidad y sus familias, el confinamiento es y ha sido siempre su estilo de vida.

El virus ha resaltado una situación que nos acompaña desde hace mucho. La inconformidad de la población ante las restricciones de hoy ha sido la eterna lucha de las personas con discapacidad por generaciones: distancia social, educación segregada, aislamiento y deficientes atenciones de salud.

La pandemia nos ha mostrado además innumerables casos de discriminación. Hemos observado la prioridad en las atenciones a aquellas personas sin condiciones físicas o mentales. Ha habido casos en el mundo de personas con discapacidad intelectual, a quienes, al presentar síntomas del virus, se les ha negado la prueba. O bien, el espacio en las unidades de cuidados intensivos o respiradores artificiales ha sido prioritaria para aquellos sin condiciones de discapacidad.

Es nuestra esperanza que el fin de esta pandemia también finalice con la pandemia de la división y exclusión que la población con discapacidad ha sobrevivido por años, porque para muchos de ellos “hacer lo de siempre” es vivir excluido.

¿Cómo lograr que el post Covid-19 nos permita tener una vida más inclusiva?

El confinamiento que hemos vivido las personas sin condición de discapacidad debe enseñarnos un poco más sobre compasión y apertura hacia la diversidad. Miremos nuestra vida con nuevos ojos, no perdamos oportunidades sencillas de tomar en cuenta a los otros sin emitir juicios o discriminación. Abracemos las diferencias, porque ninguna nos hace menos humanos.

Covid-19 ha dejado claro lo que debe suceder. Todos nos preguntamos sobre lo que viene después; qué desafíos esperan.

Pudiera ser que la enseñanza a distancia, haya empeorado las ya deterioradas habilidades sociales de los estudiantes de los colegios regulares, hacia los estudiantes con necesidades educativas en el aula, al no tener contacto, ni roce, ni con ellos, ni con ningún compañero por meses.

Si el objetivo es la inclusión, entonces la mejor respuesta está en un regreso a “nueva normalidad” realmente nueva para las personas con discapacidad, basada en el convencimiento de que todos tenemos un don, todos merecemos respeto y dignidad y tenemos mucho que aportar sin distanciamiento.