Exceptuando algunas aves y tortugas, nuestros compañeros animales tienen un corto tiempo físico en este mundo comparativamente con la especie humana. En los 10 o 15 años promedio que un perro o un gato comparten nuestro tiempo, es más que suficiente para que calen profundamente en nuestros sentimientos, haciéndose parte de ese espacio del alma donde habitan los seres especiales.

Afrontar su vejez no es sencillo, y menos su muerte. Creo que nadie puede estar preparado para sufrir la pérdida de un animal, aunque hay conceptos que al entenderlos nos servirán para apaciguar un poco el dolor.

Un perro que vivió hasta los 15 años tuvo una larga vida, y seguramente muy buena si estuvo rodeado de una familia de la que fue parte. Entender esto es fundamental para darnos cuenta de que su tiempo como especie había llegado a su fin.

Distinto es en el caso de enfermedades, y peor todavía cuando se decide realizar la eutanasia, donde es el humano quien toma la difícil decisión de poner punto final a la vida de un ser que ama.

En cualquiera de las situaciones, no hay una fórmula para evitar el sufrimiento, y si así fuera, no sería sano. Los procesos de duelo son inevitables; luego de pasar por los estados de negación, rabia, a veces culpa y depresión, se llega a la aceptación. Con el tiempo, su muerte se transformará en un recuerdo, que aunque nos haga asomar alguna lágrima, seguramente también nos saque una sonrisa al evocar anécdotas de los buenos momentos compartidos.

Para las personas que viven solas todo es más difícil, ya que además de la pérdida afectiva, hay un cambio de rutinas en el que se hace más evidente la ausencia.

Cuando esto sucede, las reacciones son diversas. Hay quienes viven el duelo y lo asumen como tal, otros que no quieren más animales en su vida para evitar sufrir, y también los que inmediatamente intentan llenar el agujero del corazón con otro animal.

Lo que no se debe hacer

Cuando muere una mascota

Cuando muere una mascota

Es humano pensar que traer un cachorro al hogar sería un excelente paliativo para pasar este período y diluir el dolor, pero no funciona así. De esta forma, no solo dañaremos la conducta del nuevo compañero con una sobreprotección desmedida, sino que además se generarán permanentes comparativas que fortalecerán los recuerdos.

Si bien no hay un tiempo estimado para incorporar otro animal a la familia, ya que cada persona procesa de forma diferente las emociones, recién cuando podamos hablar de lo acontecido sin angustias, será el momento de tomar una decisión desde la razón y el deseo, y no como una medicina para cicatrizar rápidamente la herida.

En el caso de tener niños en el hogar, es habitual que los mayores quieran evitar que sufran e inventan fantásticas historias. Los psicólogos especialistas en el tema recomiendan en todos los casos no mentir y explicarles lo sucedido, con un lenguaje acorde a la edad. No evadir sus preguntas es fundamental para que puedan asimilar el hecho, como también no ocultar su dolor como adulto y que el pequeño entienda que la tristeza es natural en estos casos. Hacerlos partícipes de estos momentos difíciles es también una lección de vida que les serviría como herramienta futura.

Otra oportunidad

Hay personas que luego de perder a su compañero de tantos años, no quieren saber más nada de animales, como una manera de evitar el sufrimiento. Es absolutamente respetable y lo mejor es no forzarlos ni tratar de convencerlos. Algunos, luego de un tiempo, vuelven a correr el riesgo de sentir el amor y otros quedan estancados en un recuerdo sin poder superar la pérdida. A lo largo de mi vida, varias veces me ha tocado llorar la muerte de inolvidables compañeros animales, pero soy reincidente, ya que mientras estuvimos juntos, nos dimos lo mejor y eso es lo más importante. Amar siempre vale la pena, y no solo por nosotros, sino también por ellos.