Work and Quimo!

Una de mis lectoras me propuso el escribir sobre este tema y creo que tiene un valor importante el escribirlo. Pensé el hacerlo porque no todo es tan simple como en el cuento de “Alicia en el país de las maravillas”; el cual menciono de forma metafórica, porque esa historia en particular es súper compleja.

La vida puede ser muy compleja, todas nuestras acciones tienen sus consecuencias y posiblemente al escribir sobre este tema, me enfrenta a uno de mis grandes temores, pero también no sería genuina con ustedes si no lo hago.

Con las primeras quimioterapias, las cuales había organizado para que fuesen los viernes de tal forma que si no me sentía bien podía recuperarme el fin de semana; me tomaba más o menos hasta el miércoles poder regresar a la oficina. Para las últimas dos me sentía tan débil y con el conteo de glóbulos tan comprometido que falté la semana entera. Afortunadamente podía conectarme desde casa para ir resolviendo los temas que pudiera por correo.

El primer cocktail se aplicaba cada 3 semanas, con lo que en promedio pude faltar más o menos una semana al mes en esos 3 meses de tratamiento. Eso si, el lunes siguiente del reintegro, llegaba entaconada y emperifollada como si nada. Lograba trabajar hasta las 5, con excepción de un par de bajones de energía a media tarde. Una vez tuve que detener el carro al lado de la carretera porque sentía que el cuerpo literalmente se me apagaba.

Con el cambio de cocktail, del cual ya vamos por la novena sesión, ha sido diferente. Tengo menos síntomas y he logrado ir el siguiente lunes sin problema. En la segunda sesión de esta química, me dio un bajón tan fuerte en la tarde, que le tuve que decir al hubby que me fuera a buscar y tuve que faltar el día siguiente. El miércoles llegué a la oficina y me sentí bastante bien para finalizar el día sin mayores inconvenientes.

En la medida que han ido pasando las semanas, el cuerpo resiente el tratamiento. Me siento bien, pero hay momentos que de verdad me siento extenuada. Mientras escribo la columna, les comento que tengo casi dos días de no levantarme. Odio quedarme acostada, pero no tengo energía para más. Ya sé, falta poco….

Actualmente tengo un cargo importante en la corporación en la que trabajo. Un cargo que requiere que esté presente, dándole seguimiento a los objetivos, proyectos y negociaciones de nuestros clientes.

Cuando todo esto explotó, tuve muchas dudas en relación a qué pasaría en el futuro con mi trabajo, ¿cómo lo tomaría la empresa?, mis compañeros?, mis colegas? La realidad es que no puedo tener todas las respuestas y ellos tampoco. Tenemos que ir, one step at a time. Sin embargo eso no ha dejado de preocuparme. Pasé de no faltar nunca, a estar ausente por días, a ceder mi representatividad en reuniones importantes y en eventos significativos. Por más que quiera hacerlo, no puedo, el cuerpo no me da para más y lastimosamente, tampoco puedo exponerme. Hay días que amanezco súper bien y otros en los que no puedo levantarme de la cama. Me frustra el no poder controlarlo… Les recalco que trabajo con gente maravillosa, desde el presidente, la VP ejecutiva, el gerente general, mi jefa directa, todos absolutamente, me han demostrado su solidaridad, pero tal y como les dije en un blog anterior, la vida continua en cada uno de sus roles, estemos presentes o no. Tenemos que tener la madurez para poner luces largas, para tener visión, para ver todas las posibilidades y reajustar el plan; cuantas veces sea necesario. A veces no es tan fácil, pero por primera vez siento que he tenido que encauzar el caudal de mi vida. Antes todo iba pasando “porque si”…

Yo trabajo desde que tengo 18 años. Por muy poco tiempo tuve trabajos de poca responsabilidad. Crecí rápido profesionalmente, era una parte de mi que necesitaba llenar. En la medida que fui creciendo, aumentaron mis responsabilidades y me entregué a ellas. Aunque siempre traté de estar presente en todo lo que pude en las actividades de mis hijos y de mi familia, sé que me perdí de varios momentos, pues llegaba muy tarde a casa, trabajaba fines de semana, incluso en un periodo viajaba cada dos semanas a otros países. No recuerdo haber llegado a casa con atardeceres, como ahora… Este periodo me ha obligado a reajustarme.

Siempre he sido muy independiente en todo, nunca he pedido permiso y menos me ha gustado pedir favores. Ahora dependo. Dependo del hubby para que me acompañe a los tratamientos, porque no me siento segura si él no está; dependo de él por si me siento mal para que me vaya a buscar; dependo de él cuando estoy en el hospital y hay una corredera para conseguir un medicamento para aplicar, sino se suspende el tratamiento, dependo de mi familia cuando estoy en casa para que me apapachen. Dependo de las mamás de las compañeras de mi hija para que me ayuden a llevar y traer. Dependo de mis compañeros para que me den aliento para seguir. …. Dependo….

¿Pero saben qué?, me encanta mi trabajo, me encanta amanecer todos los días con esa responsabilidad; me encanta pertenecer a la corporación en la que trabajo, me siento orgullosa de ella: pero también me encanta haber identificado que las prioridades están en otro lado, que después de tantos años, los que me están sosteniendo son los mismos que han estado siempre, mi familia…

Me encanta reconocer que ese cliché de que tenemos que trabajar para vivir y no vivir para trabajar es cierto. He tenido la inmensa dicha de trabajar en lugares que he amado, unos con mayores pasiones que otros, pero siempre feliz, esa ha sido otra de mis grandes bendiciones y a través de esta enfermedad, Dios me puso un letrero de “ALTO” tan grande, que me tocó estrellarme con él porque no pude esquivarlo, y aquí estoy, echando pa’ lante como el elefante, con mi mejor cara, con responsabilidad, con compromiso, con actitud, pero con limitaciones; preparándome para el futuro que se está escribiendo todos los días. Quizás no todos los desenlaces serán como queremos, pero siempre el plan de Dios será perfecto…