Cuando todo esto comenzó, una amiga muy querida me dijo que cuando rezara el rosario, siempre diera gracias por mis “cuidadores”. Y yo le dije: “¡claro oye!, yo doy gracias por el Hubby, por mis hermanas, por mis hijos, por mis padres…” y ella me preguntó: “y por la muchacha que tienes en la casa?”… y me quedé pensando en que a ella no la había tomado en cuenta.

Yo tengo una señora que trabaja conmigo desde hace varios años. Durante ese tiempo, absolutamente tooodos los días le tengo que repetir las mismas cosas: que la ropa no va allí, que sirva la mesa como le enseñé, que lave los baños todos los días, que lave la ropa dos veces a la semana; que no deje el piso mojado, que me ponga cubiertos en mi lonchera, ¡sííí, porque se le olvida! Sí, son varias cosas que le digo on and on and on, pero, ¿saben una cosa?, nunca ha faltado, casi nunca se enferma y siempre tiene una buena actitud.

Cuando enfermé ella no se asustó en los absoluto, sabía de lo que estábamos hablando pues ella en su país ya había cuidado una señora con la misma enfermedad.

Hoy en día les tengo que decir que ella nos cocina a mí y a mi familia todos los platos especiales que se nos antojan, pues ahora en mi casa todo el mundo come diferente. A mí me hace todos los batidos que se le ocurren, de vegetales y frutas, que ella solita va a buscar al mercado.

El otro día le dije “tengo antojo de sopa de cabeza de pescado” (que en mi vida había probado), y vieran las cabezas de atún que consiguió, chorreando su ropa con el olorcito todo el domingo, solo para complacerme, pues decía que eso tiene muchas vitaminas. Estoy segura de que si ella tuviera que bañarme lo haría sin ningún tipo de reparos.

No les cuento esto para restregarles lo afortunada que soy al tenerla, sino para que nos demos cuenta de que alrededor de nosotros tenemos gente que está velando por nosotros y que son esenciales en el proceso de recuperación, y no necesariamente son los médicos nada más.

“Mi cuidadora”, con todos sus defectos, es un ángel que Dios permitió que yo tuviera en este momento, y eso hay que agradecerlo. La humildad y nobleza que tiene en su corazón son dignas de un premio Nobel. Hoy le quiero dedicar la columna a ella, que una vez le encontré recortadas todas mis fotos del periódico en una gaveta, porque ella se sentía orgullosa de su jefa y quería enseñárselas a su familia.

Hoy doy gracias por ti, Maryan, por ser mi cuidadora, por hacerlo con amor, con dedicación, sin quejas… y le pido a Dios que te premie bendiciéndote a ti y a tu familia con salud, con prosperidad, pero sobre todo con el premio de que, llegado el momento, subas derechito por la escalera al cielo. Somos muy afortunados de tenerte en nuestra familia.