De verdad que le echo ganas a los días, pero hay veces en que me entra este síndrome. En estos días me levanté y no había dejado la ropa organizada como de costumbre (craso error), porque ahora todo debe estar perfectamente coordinado con anticipación. Me baño, comienzo a maquillarme y enseguida empezó la cosa, no podía delinearme los ojos, claro, ¡si casi no tengo pestañas! Procedo a pintarme las cejas y me doy cuenta de que tengo varios huecos; toca rellenarlos, ni modo. Continúo tratando de colocarme el turbante y no puedo; tuve que rehacerlo varias veces para que me quedara como quería.

Me visto, me pongo el pantalón y se rompe el zíper. Me pruebo el de repuesto y me queda apretado. Me miro al espejo y me digo “ajá, sigue comiendo Cerelac, ¡y vas a ver a dónde vas a quedar!”. Me monto al carro de mala gana, sintiéndome horripilante. Me llama El Hubby, que se había ido con los kids al interior, y comienza la quejantina. “¡Pero, es que nada me queda!, ¡pero es que el turbante no me lo podía poner!, ¡pero es que no me podía maquillar!, ¡PERO, PERO…! Y lo único que escuchaba del otro lado es “mi amor, estás linda con lo que te pongas”. ¿Qué bello, verdad? Bueno, me puse más brava. Quizás lo que quería era seguir en el modo catarsis.

Me voy para la oficina y justo cuando me voy a estacionar, llega mi partner. Me ve mi cara de puchero y me pregunta: “¿Qué tienes hoy?”. Yo comienzo con mi quejantina: “pero, PERO, PERO”. Ella me pellizca y me dice: “deberías estar muy feliz de tener ese cuerpazo, que está aguantando todo el tratamiento perfectamente, recuerda que todo esto es pasajero…”. Entro a mi oficina con la nariz roja, toda llorosa, y llega una de las chicas y comienza a echarme un cuento con todo, menos preguntarme por qué estaba llorando; sé que lo hizo para distraerme. Durante el día recibo una visita que no esperaba y me pregunta cómo estoy. Antes de comenzar el PERO, PERO me tomó de las manos y me dijo, “ven, vamos a orar un ratito”.

Todo el día busqué cualquier excusa para sentirme mal, para compadecerme, totalmente en modo “autolamento”, sin pensar que esta fase será temporal, que estoy en un período de ajuste, de transformación. Sin embargo, es normal tener nuestros momentos, aquellos en los que buscamos excusas para no hacer, para no decidir, para llorar por cualquier cosa, para no ver lo que está a nuestro alrededor. Tenemos ese derecho, somos seres humanos con debilidades, con defectos y no todo lo tenemos bajo control. Hay cosas que podemos predeterminar y que tenemos el chance de hacer ajustes, pero con otras quizás no. Lloremos cuando tengamos que hacerlo, pero recordemos también que a pesar de este momento -que puede ser turbio, molestoso, fastidioso o desmotivante- también somos seres llenos de virtudes, que tenemos la capacidad para ajustar el caudal de nuestra vida cuando necesitemos hacerlo. También debemos estar pendientes y reconocer esos tesoros que Dios nos pone alrededor para identificar que no todo está perdido, que hay una luz al final, y que ese temporal que ahora vives pasará pronto.