Clarito recuerdo el uniforme de educación física que mamá me compró el primer año de la escuela secundaria. Sería el que usaría los siguientes cinco años. No era la clásica camisa de poplin sin mangas, ni el short rojo de elástico. En el IJA, el Instituto Justo Arosemena, hacíamos gimnasia en un enterizo blanco que se abotonaba por delante e incluía un short con elástico y una falda blanca que se superponía.

Sí, ¡blanco para dar educación física! ¿Habrá lavado ropa aquel que propuso esa idea? Mucho jabón rocío y horas de remojo se necesitaba para mantenerlo impecable.

Como iba diciendo, me compraron el uniforme más grande que había. Recuerdo haberlo cosido y recogido por varios lados para que me ajustara más o menos bien. Y la faldita a mí me quedaba casi tan larga como la de la escuela.

Aquello fue exagerado hasta para mi mamá. Ella solía comprarnos la ropa grande. Decía que cuando se trataba de niños había que anticipar que crecerían. Era una lástima que se les quedara de una vez.

Cuando me llegó el turno de ser mamá abracé ese manual. Desde que salí embarazada compré solo ropa de bebé de seis meses en adelante. Todo el mundo me decía que esa ropita de cero a tres meses se le quedaba a los días. Eso no me iba a pasar. Ilusa, me jactaba yo. La vida, como siempre, me hizo una pacheca. Mi hija nació de menos de cuatro libras. Hasta en los bebecrece de new born (recién nacido) flotaba.

Pero después creció, y mucho. Entonces me sentí feliz de haber comprado todo grande y de tener muchas amigas que pensaban igual que yo. La cosa es que casi no tuve que comprarle ropa como hasta los dos años.

Aunque a veces exagero y los zapatos le quedan como de payasita. Ya he aprendido que si usa los zapatos muy grandes se tropieza y cae. Pero miren, las zapatillas que le compramos en marzo ya no le quedan. ¡Snif!

Me da un dolor terrible ver que se le queda tan rápido la ropa. Por suerte, tiene varias primitas detrás que van heredando.

Repito, sé que a veces exagero. Carlos me llega aquí orgulloso con un vestido de la talla de la niña y le digo: ‘esa talla no es’. Y él me dice: ‘es talla cinco y ella tiene cinco años’. Y yo niego con la cabeza y lo miro con mis ojos de: “Te falta calle”. Le explico que la ropa grande se puede recoger, pero con la ropa chica no hay nada que hacer. Y él me mira como que si yo viviera en un cuento de Charles Dickens, donde todo es escaso y remendado.

Así que mientras él le compra vestidos hermosos y ajustados, yo le compro ropa casual holgada y que tiene un pincita escondida por algún lado. Cuando mi hija me dice ‘¡me aprieta!’ Vengo yo y suelto la pinza. Mi pequeñita vuelve a respirar y, por unos segundos, me siento la mujer más lista de mi barriada. Claro que lo soy.