En este mismo momento está por nacer un señor muñeco de trapo. Tendrá una cabeza de coco espelucada, un pantalón averaguado, unos zapatos viejos y una gorra manchada. No importa. Será el rey de la calle. Eso hasta que llegue el 31 de diciembre.

Aquí en Panamá deberíamos tener una escuela donde aprender a hacer muñecos para quemar el fin de año. ¿Por qué no? Bueno, por lo menos un diplomado. Así no se pierde la tradición.

Allá en la calle séptima de Panamá Viejo, la gallada de muchachos podía no ponerse de acuerdo para muchos asuntos, pero sí lo hacía cuando se trataba de armar el indispensable monigote que debía chamuscarse a la primera campanada del Año Nuevo.

Tenía por ropa las camisas y los pantalones viejos del abuelo. Si había un sombrero sin uso se le ponía. Si había unos lentes con el vidrio quebrado se le trababa. Por cabeza llevaba una media de señora rellena de trapos, y aquel que más o menos se aplicaba con el dibujo le hacía los ojos, uno más chiquito que el otro, y los labios con un piloto negro. No iba a ganar el Mr. Panamá, pero servía. Con ese muñeco al hombro salía la muchachada por la calle a pedir dinero.

Como en aquella época todos los niños teníamos el bolsillo pelado pues nada más nos daban un real para la cosita, era indispensable salir días antes a recaudar dinero para comprar las bombitas. Es que muñeco que se respete canta El manicero en medio de una larga ráfaga de explosivos.

Mi hermano, que en ese entonces era muy pequeño, le tenía pavor a esos muñecos, igual que se lo tenía a los diablicos sucios y a la oscuridad, así que cuando venía el muñeco mi mamá corría a dar el dinero para que se fueran ya y dejaran de perturbar a mi hermano.

Como no hay escuelas donde se aprenda a hacer muñecos, todo es empírico. A lo que salga. Un año, por ejemplo, le pusieron al monigote cabeza de coco, pero nadie hallaba manera de fijársela. La cabeza pasaba en el suelo. 

Cuentos sobre muñecos sobran. Una amiga me contó que en su edificio, por aquí por Parque Lefevre, unos niños se propusieron hacer uno. Les costó. Qué lío conseguir el pantalón, la camisa larga y todo eso. Pasaron todo el 30 y el 31 de diciembre trabajando en ello. Lo pusieron enfrente del edificio, subieron un momentito a sus apartamentos, y cuando regresaron no estaba. ¡Se lo robaron! Los más chiquitos hasta lloraron.

Alguien me contó que cuando no tenía mucha plata para las bombitas, lo que hacía era quemar el muñeco lo más rápido posible, cosa que casi ni se notara. Cuando los vecinos le preguntaban por el muñeco o que si esa era toda la bulla, ellos respondían: “nombe, es que ustedes no oyeron las bombitas por andar mirando los otros fuegos artificiales”.

Mi cuento favorito es el de un señor que todos los años regalaba, a escondidas de su esposa, el pantalón para el muñeco del barrio. Era para que la esposa no se diera cuenta de que el pantalón ya le quedaba chico.Como ven, en Panamá no tendremos nieve para armar un Frosty, pero sí trapos para los muñecos.