Amor a primer vista; así es como muchos describen la primera vez que una mamá ve a su bebé.

Cuando mi Gaby nació, lo hizo de apuro. Emergencia y corredera.

Al verla por primera vez quise que estuviera bien, me habría gustado mirarla un poquito más, pero se la llevaron de prisa rumbo a la incubadora.

En un principio era esta cosita ajena. Pero mía. Solo eso sé decir.

Pero no sentí un amor agudo ni una luz del cielo, ni un terremoto en el corazón. Eso iba a llegar con el tiempo. O eso esperaba yo.

Ya han pasado tres años. Parece poco, pero para nosotras es mucho. Comprendo que el amor de mamá no es algo instantáneo. No es como leche en polvo que viertes en agua y listo, a tomar.

El cariño y la admiración -al menos- para algunas mamás, toma más. En el camino no todo es felicidad: hay berrinches, oídos sordos, “mamá, no te quiero”, “mamá, eres mala”. Sí, todo eso viene en el paquete.

He aprendido a querer a Gabriela conociéndonos. Su olor, sus muslitos, la sorpresa en sus ojos, su gritos al verme llegar: “¡mamá!”. Todo eso me es tan familiar, y lo adoro. Quererla tanto me hace pensar en mi mamá. En cuánto ella me quiso y me quiere. A pesar de que somos diferentes.

Porque las mamás —y también muchos papás— aprenden a querer lo que sus hijos quieren. Uno se convierte en admirador de sus hijos. Si a ellos les gusta el jazz, lo escuchamos. Si les gusta el béisbol, algún día o muchos quedaremos en un estadio dando vítores. Aunque nunca nos gustaran los deportes. Aunque nunca nos gustara el ballet, allí estaremos si un hijo baila.

Es un amor que nos cambia, pero que no se rompe. Es como un lazo.

Toma tiempo amarrarlo. Por eso es que un niño llamará mamá o papá a la persona que le crió, le quiso, le acompañó y le corrigió. No a la persona que vio solo una vez al nacer.

Feliz Día de las Madres a todas esas mamás que con paciencia, tiempo y sudor atan ese lazo de amor, y sobre todo a las que están empezando en este camino.