La mayoría de los padres panameños no dejan grandes herencias a sus pelaos. En vez de eso, les dejan educación.

“Educación es lo que yo les puedo dar”, decía mi mamá, y casi todos los papás de mis compañeros de clases en la Escuela Sara Sotillo y después en el Instituto Justo Arosemena.

Lo decían en un tono que a veces sonaba a: “mira el sacrificio tan grande que estoy haciendo por ti”, y otras tenían sabor a: “y con eso te la tienes que arreglar, no pidas más”.

Taxistas, carniceros, pintores de brocha gorda, planchadoras y trabajadores de sueldo mínimo han conseguido enviar a sus hijos a buenas escuelas privadas a punta de sudor y austeridad.

Cuántas mamás hay que llevan los zapatos más sencillos que pueden, pero se aseguran de que la mensualidad escolar se pague a tiempo.

Hace unos meses me contó una muchacha que sirve comida en una fonda, que su hijo estudia en una respetada escuela bilingüe. Desde entonces siempre le pregunto cómo va su hijo para ver la alegría en sus ojos.

Para panameños como ella, la educación es un tesoro, pero sería mejor tener una educación pública ejemplar para que ningún padre tuviera que fajarse tanto.

Y ahora me voy al título de este artículo: hasta hace poco, siempre pensé que el regalo más grande que me dio mi mamá y mi papá fue educarme en una escuela privada, pues allí conocí gente enfocada en estudiar y superarse, pero también comprobé lo importante que era para mi familia estudiar, ser aplicados y puntuales.

Pero el regalo de mi mamá fue creer en mí. Ella creyó que si yo iba a una escuela privada me iría bien, pero además creyó en mí cuando le dije que me gustaría estudiar periodismo, aunque no era medicina o leyes, ni una carrera para “ganar plata”, como decíamos en esa época.

Mamá lo aceptó dándome a entender: “si eso es lo que quieres hazlo, esfuérzate y te irá bien”.

Tremendo regalo. Sin lazo, sin papel. Tan grande que hasta ahora lo puedo ver. Y he ido siempre por la vida segura, creyendo que puedo hacer lo que me proponga. Ingenua pensaba “yo soy así”. ¡Qué va!

Gracias, mamá.