Casi estoy segura de que usted como yo, alguna vez se metió a la playa, al río, o a la quebrada sin traje de baño.

Claro que sí. He visto muchas fotos familiares de los años 80 y 70. Allí los pelaítos no solían aparecer en vestido de baño.

Me estoy acordando de esto porque el sobrino, de ocho años, de una amiga, llegó a la casa de la abuela y vio una piscina inflable. “Yo me quiero bañar”, dijo él enseguida. “Pero si no trajiste vestido de baño“, fue la respuesta de los adultos. “No, así mismo”, resolvió él sin dudarlo. Así mismo, recuerdo que los primos nos metíamos en la quebrada en San Carlos.

A veces íbamos con ropa para cambiarnos y vestido de baño, pero muchas veces no.

Teníamos shorts hecho con jeans cortados, que en ese entonces era una cosa bien casera, y hoy estaría en una pasarela de moda. Teníamos a veces camisetas de político y con eso nos metíamos a nadar. El agua nos llamaba, nos hacía guiños, y no podíamos resistir su en canto. Queríamos nadar y nadábamos. Sabíamos que después nos iba a dar frío y escalofrío, pero no importaba. Siempre había una piedra para calentarse al sol. Comíamos mangos, echábamos bromas, nos peleábamos por esas bromas y después nos íbamos a casa.

Cuando nos quitábamos la ropa en la casa estaba llena de tierra, palo y hojas. Por supuesto los adultos nos regañaban, chiquillos inventores, traviesos, ¡cómo se les ocurre! Pero no les miento, era de lo más normal que si algún pelaíto se encontraba con una quebrada, y se le antojaba, se metía al agua.

Después crecimos y nos volvimos complicados, que si no teníamos todos los accesorios no podíamos bañarnos. Si no lo sabíamos todo, no nos atrevíamos.

Si no contamos con el puesto, la plata o el respaldo nos paralizamos.

Se nos olvidó que si quieres hacer algo, muchas veces solo tienes que hacerlo, aunque no tengas vestido de baño.