Hace unos días vi un revuelo en una oficina que visité para hacer una entrevista. Parece que a uno de los trabajadores le había llegado, mediante una compra por internet, un nuevo embarque de figuras de acción, espadas, máscaras. ¿Soy muy atrevida si digo juguetes? Otros compañeros de su edad apreciaban las nuevas adquisiciones y las revisaban con mucho cuidado y algo de envidia.

Por allí cerca estaba alguien más, un hombre como de mi edad, que vio mi cara de curiosidad y no se resistió a comentar:

— Creo que estos pelaos de ahora tienen muchos permisos.

— ¿Cómo así?, le pregunté.

— Pues míralos, tan grandulones y van por la vida como si fuera un juego; entretenidos con comiquitas y con videojuegos. ¿Tú crees que si yo a los 22 años llegaba a una entrevista de trabajo diciendo que mi pasatiempo eran muñequitos o dragones que salen en la televisión, alguien me habría contratado? Nunca.

— Es más, a los 18 años que nadie me viera frente al televisor viendo cómicas, alguien te veía en eso y júralo que nunca habría tenido novia. ¡Qué va! “A este pelao qué le pasa. ¡Madura!”, me habría dicho cualquier muchacha.

— Y ahora tú ves pelaos —ni tan pelaos— de treinta y pocos coleccionando muñequitos, vistiendo con suéter de superhéroes o de otras comiquitas y a nadie le parece raro.

Por un momento mi interlocutor me dejó sin palabras. Había mucha razón en lo que decía. Hasta hace unos pocos años crecer significaba desprenderse de todas las fantasías de la infancia. Ya no es así, algo tiene eso de ventaja. Por otro lado, dichosos los negocios que hoy hacen plata, y mucha, vendiendo juguetes y camisetas de superhéroes a los adultos.

Y que no se entiendan que estoy en contra o a favor. En el fondo no creo que quien me comentaba esto tampoco. Solo que es un signo de nuevos tiempos. Un tiempo donde las personas se sienten más libres de expresarse. Aplaudo eso.