Tengo el número 277. Atienden al 77.

Son las 10:40 a.m. y en la Dirección General de Ingresos (DGI), hay docenas y docenas de asientos. Ninguno libre.

Aprovecho para hacer unas diligencias en la Caja de Ahorros, al lado. Por suerte el banco está vacío.

Media hora después estoy de vuelta en la DGI. La cosa sigue lenta y tampoco hay puesto.

Almuerzo en un lugar cercano. Un restaurante de venezolanos. Llegan algunos funcionarios del Santo  Tomás. Hablan con el dueño, sobre la situación de Venezuela, de la muerte de Oscar Pérez, de lo terrible que está todo allá.

Vuelvo a la DGI. Nada de sillas. Afuera hay una mesita de información y un señor amablemente pregunta a la funcionaria: “Perdone, sé que está muy ocupada, pero la máquina de café no tiene vasos. Y no me devuelve mi dinero. ¿Usted no tendrá los vasos?”. “Lo siento, pero la Dirección no tiene nada que ver con esas máquinas”. Es su respuesta, también amable.

Miro el tablero de números. Nada que avanza el mío. Me dispongo a ir a El Machetazo de Calidonia a resolver otro mandado. Paso por el departamento de cumpleaños, el de los útiles escolares, la ropa de niñas. Y de repente me asustó por todo el tiempo que he perdido. Corro.

Al volver, sofocada, el seguridad en la puerta me mira, nos mira, porque todo este tiempo he estado con mi hija de tres años. Él le dice: “Chiquitina, ¿tú todavía andas por aquí? ¿Ya comiste? Seguro que hasta dormiste”.

Todavía faltan más de 150 números para mi turno. Me desespero, pero no me voy a rendir. Cruzamos a la cinta costera a caminar, a ver el mar. Mi hija le echa una moneda a una fuente y pide un deseo.

Volvemos a la DGI. ¡Van por el número 200! Me alegro Hay una silla al fondo. Mi hija se queda dormida en mis brazos. Son las 3:15 p.m. No puedo creer que lleve cuatro horas en esto.

Un señor me dice: “¿Tengo el número 400, y usted?”. Por primera vez me siento casi afortunada. Oigo a uno de los agentes de seguridad comentar: “No se preocupen, aquí atendemos a todos, así sea a las 9: 00 p.m.”.

Aparece un funcionario que dice que atenderá a los que quieren paz y salvo y saldo, pero que no sean extranjeros. ‘Pobres extranjeros’, pienso.

En el tablero de números el asunto se agiliza: 230, 231, 232, 233… Creo que varios se rindieron. ¿Quién puede culparlos?

Finalmente salimos a las 4:10 p.m.

Qué pena. No debería tener sabor a castigo hacer trámites para pagar impuestos. Y eso que estamos en un país especializado en servicios.