En vez de dar el ejemplo, pensará alguno de ustedes “ya viene esta mujer a hablar de lo que no se debe hacer”. Otros -no me engañan- han venido en busca de una clase magistral o al menos un truco sobre el tema. Ambos se equivocan.

Pertenezco a ese 75% de los panameños, calculo yo, que se ha quedado en su casa. Que no sale fuera de hora, que no ha comprado vino durante la ley Seca y que no ha intentado ir a una playa en domingo de cuarentena. Yo hago caso.

Lo que está mal, está mal aunque todos lo hagan. Lo que está bien, está bien aunque nadie lo haga.

Dos veces un amable policía me ha parado en la calle: “Ciudadana, ¿a dónde se dirige?”. Le digo que voy a La Prensa (mi voz sale grumosa desde una mascarilla) y cuando estoy por sacar el carnet y el salvoconducto, él me dice excusa: “siga, siga”. Solo le falta decirme ‘ y apúrese’.

Un día de esos me tocó ver a una conductora dar un frenazo como a 20 metros de distancia de un retén. El policía, con la mano en la cintura, se le quedó mirando. Esperando. La cabeza de ella daba vuelta, como la niña de El Exorcista, buscando una salida. Pobre. Seguro se imaginó que le quitaban la licencia de conducir, le llevaban el carro y la ponían a barrer calles, como aquellos ciudadanos en La Chorrera. Por fin reaccionó y escapó, corrijo, se metió a una calle sin salida. El policía la vio irse. ¿Qué no habrá visto ese señor en estos días?

Pónganse a pensar, bonito trabajo le ha caído a la policía: echar a la gente de la calle. Los compadezco.

El día en que, supuestamente, se levantaría la ley seca llegué a las 7:00 a.m. al minisuper -es la hora que me toca- y lo primero que vi fue a un hombre (era día de las mujeres) comprando un six pack de cerveza. Se lo llevó, apurado, en la mano, sin bolsa. A esa hora aún no se había expedido el decreto que autorizaba la venta de licor.

Aunque el decreto luego diría que cada comprador solo podía adquirir  una botella de licor, de vino o un six pack de cerveza, la gente no se quedó con esa: iban a tres lugares para comprar las tres cosas. Fui de las últimas en enterarme de ese modus operandi. No los envidio.

Los policías saben que la gente es capaz de cualquier cosa por un trago por eso, en otro retén, le pidieron a un taxista que abriera el maletero pero en vez de bebidas encontraron una señora.

No puedo evitar pensar cómo fue la conversación entre esa señora y el taxista para que la dejara subir al taxi ¡en el maletero! Hay que reconocerle que llevaba puesta su mascarilla. Todo estaba fríamente calculado. ¿o caliente? Imaginen el sofoco y no poder respirar en ese maletero.

Por lo menos tuvo la sensatez  de no subir su ¿hazaña? a las redes sociales, como hizo una joven argentina que en el baúl de un taxi fue a visitar a su novio. ‘Christian, lo hago por vos’, dijo a sus seguidores en las redes sociales, y una de ellas, indignada, la denunció.

Dicen que hecha la ley, hecha la trampa. Puesta la cuarentena y enseguida no ha faltado quien quiera saltarla. Y sé que no todos lo han hecho de vicio o por gracia.