Tener un bebé es sinónimo de no dormir, y la falta de sueño (como ha quedado demostrado tantas veces) induce comportamientos alterados o impropios.

Hace poco revisaba redes sociales y me encontré con una publicación de la cuenta Un baby daddy, que lleva mi amigo Andrés Schmucke y en la que cuenta sus vivencias como papá. En esta publicación, Andrés comentaba sobre cómo había cambiado su vida sexual en pareja desde que había nacido su bebé.

Si bien este tema es espinoso, cual libro de Pandora, mal tratado podría convertirse en el ingrediente principal de una conversación larga y tendida en mi casa. Pero siento que debo hablar de esto, porque es algo que sé, porque me he encargado de hacer las consultas pertinentes, que afecta a todos los hombres que se convierten en padres.

El sueño se convirtió en el obstáculo más difícil para vencer desde que nació bebito. Más allá del cansancio y demás, el sueño fue el culpable de que mermara la vida romántica, por nombrarlo con eufemismos.

Recuerdo que comenzó todo como un chiste, en broma. Nos reíamos de que uno o el otro se dormía enseguida, apenas tocaba la cama, aniquilando cualquier esperanza del otro para empezar una noche de pasión.

A veces ni siquiera era que uno se dormía primero, sino que ambos, al mismo tiempo, caíamos rendidos sin importar que las luces quedaran encendidas, los platos sucios, los juguetes tirados, el amor sin hacer.

Entonces intentamos la forma más protocolar, con decidir desde comienzos de la semana cuáles serían los días en los que, en teoría, tendríamos tiempo para entregarnos a la lujuria. Pero tampoco funcionó. Llegados los días que teníamos planificados, de nuevo caíamos rendidos o justo ese día bebito daba batallas inusuales, con despertadas frecuentes o llantos incontrolables.

También estuvieron los episodios en los que, extrañamente, los dos estábamos despiertos y deseosos, con el reloj a nuestro favor, y justo antes de empezar, bebé se despertaba.

Sin embargo, las veces en que lográbamos sortear todos estos obstáculos, en nuestra mente siempre habitaba la idea de que bebé estaba justo al lado de nosotros, dormido en su cuna, pero muy cerca de nosotros. Y que en cualquier momento se podía despertar.

Cuando por fin el sueño comenzó a ser menor, y bebito se rendía con sueños más largos y profundos, comenzó entonces otra etapa de nuestra vida en pareja. Hasta ese momento no habíamos tomado cartas en el asunto, y la posibilidad de que ella volviera a quedar embarazada era muy real. Más aún cuando volvió a menstruar. Entonces ya no era el sueño nuestro principal obstáculo, era el miedo, el pavor de que Coné tuviera una hermana o un hermano.

Entre los dos decidimos que la solución era que ella se colocara un anillo, como había sugerido su doctor, sin especificar que no es tanto un anillo, sino más bien como un pequeño paraguas lo que se introduce. Durante esos días había una canción en la que, en otro contexto, una mujer le preguntaba a su pareja “¿y el anillo pa’ cuándo?”, lo que se convirtió casi que en mi himno para apresurar el proceso y volver, creía inocentemente yo, a la vida en pareja de antes.

Esta columna no es una queja ni mucho menos un reclamo, quiero aclarar. Me siento feliz con la vida que llevamos mi pareja y yo con nuestro pequeño dictador. Como tantos otros, el tema pasional ha sido algo para conversar y tratar durante esos meses. Lo importante, sin embargo, es que pese a todo, aún hay deseo, lujuria, manoseo, piropos, romance. Por eso estamos tranquilos, porque sabemos que ya llegará otra etapa. Pero mientras eso sucede, mejor dormimos.