Es como vivir con un terrorista. Uno tierno, cachetón y vulnerable, pero terrorista al fin. Hablo de ese momento en el que el bebé se duerme después de horas de llanto y de caos, y que, por lo menos a mi pareja y a mí, nos inspira una especie de miedo comparada únicamente con vivir con un terrorista. -¿Ya se durmió? -Sí. -Acuéstalo con suavidad. Que no se despierte, por lo que más quieras…

Y entonces llega la parte en la que los dos nos quedamos inmóviles, pasmados, observando dormir al bebé -de cinco semanas. La operación dura al menos unos cinco minutos, en los que tratamos incluso de respirar lo más silencioso posible para que la criatura concilie el sueño de forma tal que duerma aunque sea dos horas.

Bien. Se durmió. Dejamos la puerta entreabierta y nos dedicamos a lo de nosotros: escribir algo pendiente, contestar correos, hacer llamadas, programar citas, pagar alquiler, ir al súper (uno de los dos, no nos tomen por inconscientes), y demás cuestiones de la cotidianidad.

Aparece el momento del miedo absoluto, de pavor. Escuchar un ruido, asomarte y ver que el bebé está a punto de despertarse. Se mueve, puja, se echa un peo. Se acabó el recreo. El pequeño tirano está despierto.

Una amiga me envió por WhatsApp una postal que decía lo siguiente: “Escriba una historia de horror usando cuatro palabras. Por ejemplo, ‘mi bebé se despertó”.

Adoramos al bebé, lo idolatramos, lo consentimos, lo amamos, le damos muchísimo cariño. Pero sus tiempos son agotadores. Y más cuando uno pone sus esperanzas en hacer otras cosas durante esas dos, tres horas en que él debe descansar. Duerme apenas 30 minutos. A veces menos. Y ni qué hablar de la hora de la guaracha.

En inglés es conocida como ‘the witching hour’, y es una franja horaria en algunos bebés, en el que tienen un patrón de comportamiento inusual. Todos los días. Con nuestro bebé es entre 6:00 p.m. y 10:00 p.m. En todo el día, el bebé tiene un comportamiento sencillo: se despierta, lo cambiamos, jugamos algo con él, hacemos ejercicio, lo alimentamos y vuelve a dormir. Hay algunas excepciones, como cuando lo bañamos o le damos un baño de sol. Todo dentro de lo normalidad. Pero entre 6:00 p.m. y 10:00 p.m. es otro niño. No para de comer ni de llorar. Tampoco de orinar. Duerme por 10 minutos y despierta con un llanto desgarrador, como si lo hubiésemos abandonado. Los ciclos se repiten varias veces durante este horario hasta que por fin cae rendido. Y duerme unas cinco horas. A veces seis. Incluso siete.

Pero en su ‘witching hour’ es muy poco lo que podemos hacer. El otro día, por ejemplo, durmió a las 5:00 p.m. Mi pareja tuvo un compromiso así que salió justo en el momento en el que él cerró los ojos. A las 8:30 p.m. se despertó. Endemoniado. Lloraba. Lo cambié. Lloraba. Lo alimenté. Lloraba. Lo intenté dormir. Medio que se dejó llevar, pero de repente quedó electrizado y volvió a llorar. Lo volví a alimentar. Y seguía llorando. Le saqué los gases. Lloraba. Le hice ejercicios para que se peyera e hiciera popó. Lloraba. Le puse un chupete. Dejó de llorar, pero me miraba con cara de que me asesinaría, así que no duró mucho eso. Intenté darle más leche, pero no quería. Cuando ya no sabía qué hacer, cuando la derrota consumía mi espíritu, llegó mi novia y me salvó. El bebé quería estar con mamá. Se durmió ni bien a los 10 minutos que llegó ella. Y cuando por fin lo vi dormido, sentí una gran liberación.

Por suerte duerme bien en las madrugadas. Es muy raro que se despierte dos veces. Usualmente lo hace a las 4:00 a.m., toma algo de leche y vuelve a descansar hasta las 7:00 a.m., así que no es que estemos extenuados. Ya vendrá la época en que duerma más y se ajuste a un horario. Pero mientras, seguimos a la merced del pequeño tirano. De nuestro tierno terrorista.