A ver, les voy a contar algo que hice -o dejé de hacer- el último sábado de mayo, a riesgo de que me pongan en su lista de personas vagas e inútiles. Les ruego que si optan por ponerme en alguna de estas listas, que sea en la de los vagos, porque a los inútiles no les tengo nada de paciencia y no quisiera estar en el mismo grupo. De verdad… tengo cero empatía por los inútiles, por no decir que… bueno, mejor no digo.

Resulta que el sábado me levanté de la cama -bastante temprano como generalmente lo hago todos los días- salí del cuarto, me preparé el desayuno, leí el periódico y me senté frente a la computadora a trabajar. Aclaro que mi computadora vive en un espacio entre mi recámara y la cocina al que he bautizado como oficina. No lo entiendo, no sé qué hace en este sitio, pero es lo que hay y aquí paso el 80% de mi día.

Aclaro también que lo único que tiene de bueno es su localización, pues mi recámara y la cocina son los destinos entre los cuales divido el otro 20% del día. Aclaro nuevamente que aún estoy en pijamas. Trabajo, trabajo, trabajo, y como a las 2 y pico de la tarde decido que me voy a tomar un descanso y paso a mi cuarto.

La cama seguía desordenada y se veía provocativa, porque, claro, si la hubiera arreglado al levantarme la cosa hubiera sido diferente, no es lo mismo tirarse en una cama bien tendida que en un revoltijo de sábanas y almohadas.

Pongo alguna película mala en Netflix y desperdicio una buena hora y media frente a la pantalla. En realidad no me aguanto la película completa porque como a los 10 minutos decido que está “demasiado mala” en el sentido correcto de la expresión, y no como la usan ahora para indicar algo que está muy bueno, pero ese es otro tema, así es que pongo otra, pasable.

Cuando se termina la película ya van siendo bien pasadas las 3:00 de la tarde y el estómago me recuerda que no he almorzado, así es que vuelvo a la cocina, esta vez a preparar una comida para el mediodía que hace horas quedó atrás. Aclaro, sigo en pijama. ¡Qué horror! Como y sigo pajareando, literalmente.

Pasadas las 4:00 me sorprende mi marido llegando de la finca más temprano de la cuenta. ¡Je, tú en pijamas! es la exclamación que le sale del alma. ¿Qué les puedo decir? Ya para esa hora ni valía la pena vestirse, pues teníamos un evento a las 7:00 y no me pareció prudente gastar agua dos veces en menos de dos horas.

Confieso que por un momento tuve remordimiento de conciencia, pero no me duró mucho. A fin de cuentas, quedarse en pijamas un sábado cada 10 años no es tan grave, pienso yo. Sobre todo si uno ha invertido un buen par de horas siendo una persona productiva. He leído que hay quienes se pasan varios días de corrido en esta facha y ¡sin bañarse! Eso sí, no creo que podría incluirlo en mi rutina de vida.

Yo soy de las que a veces me baño hasta tres veces en un día, dependiendo de la actividad física que tenga o de cuántos clósets tenga que ordenar. ¡Dios, ni hablemos de ordenar clósets, que tengo dos que me están llamando, pero solo de pensar en la estornudadera me quiero morir!

Bueno, ya se los dije. Lo que hagan con esta información es asunto suyo, pero recuerden, no me importa que me tilden de vaga, pero, por favor, nunca de inútil.