Cada quien maneja su horario y su calendario como mejor le parece y nadie tiene que meterse con eso, digo yo. Cada quien tiene su propio concepto de lo que es tener un día larguísimo y durísimo, o relax y lleno de horas inútiles. Cierto es que lo que es larguísimo para mí puede ser lleno de horas inútiles para otro.

Hay algunos parámetros aceptados que en términos generales rigen la apreciación que la gente tiene de estos horarios. A mí me causa mucha gracia comparar estas apreciaciones. Siendo lo que más me divierte escuchar la lista de razones que cada persona enumera cuando califica su día, su semana, su mes o su vida.

Por ejemplo, para algunos ir a trabajar y luego pasar por el supermercado es comparable a la intensidad de quienes hacen ejercicio de cinco a ocho de la mañana, luego manejan a Chiriquí para una cita, regresan a la ciudad de Panamá, también manejando, y en la noche tienen energía para ir al cine y a comer… felices, sin una gota de cansancio, ni media queja, ni nada. Andan por ahí como si nada.

¿Quién es, pues, el que determina lo que es un día común y corriente? ¿Quién decide a qué hora es conveniente acostarse a dormir? Es un asunto complicado, cierto. Como les dije, me entretiene analizar la diferencia de criterios en este tema y también el asombro que experimentan aquellos que no comprenden cómo y porqué existen personajes que piensan que lo normal es vivir días de dieciocho horas de actividad.

Yo digo que San Pedro se los bendiga. Si alguien puede andar como el conejo Duracell por tres cuartas partes de día como si nada, no veo razón para que el universo lo critique.

Pero me he dado de cuenta que lo que ocurre es que los que se cansan temprano y critican a los que siguen andando es porque les tienen un poquitín de envidia. Aunque a decir verdad, también ocurre lo opuesto: los andarines a veces quisieran poder quitarse los zapatos a las cinco de la tarde y dedicarse a no hacer nada. Es que somos unos inconformes todos.

Y la inconformidad es en todos los aspectos. La mujer cuyo marido trabaja hasta las nueve de la noche le reclama que nunca está suficiente tiempo en la casa, pero la que lo recibe a las tres y media o cuatro y no lo ve salir ni el viernes en la tarde ni los sábados para la ofi, se queja de que lo tiene todo el día jorobando en casa.

Las madres de los hijos come libro quisieran verlos sacar la nariz al aire libre aunque fuera los domingos por la tarde, pero las que viven con los hijos callejeros preferirían que le dedicaran unos cinco minutos al día a los estudios y por ahí nos vamos como dice la canción.

Claro que se me ocurre que todas estas inconformidades se podrían resolver con un poquito de maña para orientar a los exagerados en un sentido u otro. Yo no tengo una respuesta para este dilema, así es que desde mi tremenda frescura me limito a seguir observando a los que a mi alrededor ven discurrir sus días comunes y corrientes y contarles a ustedes lo que veo.