Creo que a lo largo de estos casi 24 años que llevo compartiendo con ustedes les he comentado varias veces que cuanto más cercano sean una persona o un tema a mi corazón, más difícil me es escribir sobre él. Es algo que me cuesta mucho y pienso que tiene que ver con aquello de encontrar las palabras correctas para un sentimiento. La mayoría de las veces concluyo que el silencio es lo que mejor explica lo que se siente.

En esta encrucijada me encuentro ahora mismo frente a lo vivido durante la Jornada Mundial de la Juventud 2019. He leído muchos testimonios, incluyendo los del papa Francisco, a través de los cuales se describe, se resalta, se alaba, se critica, se ruega, se reza, se dice y se deja de decir, lo que se vivió en nuestro país. Decir, decir, como quien dice decir, no encuentro nada que no haya sido expresado ya.

Sin embargo, una pregunta sí revolotea en mi mente: ¿se acabó? Y no me lo pregunto por la amabilidad, la generosidad ni la capacidad de ser excelente anfitriones pues esas son cualidades intrínsecas de los panameños, más bien la duda surge con respecto al comportamiento ciudadano del que fuimos testigos en días pasados. Sentí como si todos hubieran puesto en el top of mind sus clases de educación cívica, esas que ni siquiera sé si todavía se imparten en los colegios y a través de las cuales se aprenden cosas básicas que contribuyen a la convivencia ordenada.

Yo me quedé en la ciudad pues tenía peregrinos en mi casa, así es que todo pude apreciarlo de primera mano. Hubo muchas cosas que me sorprendieron positivamente. En primer lugar, ver cómo todos los eventos masivos terminaron con campos limpios, ¡qué digo limpios, impecables!, al igual que las calles y avenidas por donde circulaban peregrinos locales y extranjeros, que por cierto jamás cruzaron una calle en un sitio que no estuviera marcado con un paso de cebra. No sé cómo llamar a esos fenómenos sociológicos tan distintos al comportamiento usual de nuestros residentes, pero ¡me encantó!

Sé que las comparaciones son odiosas, pero eso no ocurre durante los carnavales, ni para las procesiones de Semana Santa, ni para las manifestaciones ciudadanas luego de las cuales las calles se hermanan con cerro Patacón. ¿Será que por una semana imitamos lo bueno que vimos en los peregrinos? Me gustaría pensar que podemos exhibir dichos comportamientos por nuestra cuenta sin necesidad de guía extranjera.

Si bien para algunos casi 24 horas de transmisión continua de JMJ pudo haber resultado empalagoso, debo concluir que amanecer con un estado mental positivo en lugar de siete crímenes, dos atropellos y 64 casos de corrupción en los titulares, tanto de noticieros de televisión como en diarios locales, definitivamente contribuyó a aplacar el estado de estrés permanente en que vivimos. A menos estrés, menos agresividad en las calles; a menos agresividad en las calles, más paz; con más paz, mejor calidad de vida. Fue corto el tiempo, pero se disfrutó.

Es por todo esto que la mente necia me tiene torturada con la dichosa pregunta: ¿se acabó? Quisiera pensar que no. Ojalá se nos haga el milagro.