Como en estos días hemos estado de parto y esas cosas (no yo, claro, una sobrina) la conversación durante las horas de espera siempre lo lleva a uno a ese lugar conocido como “en mis tiempos”. Estoy segura de que todos ustedes lo han visitado un millón de veces.

Entre las cosas que se recuerdan de aquel país están, por supuesto, los pañales de tela que alguna vez, además de lavarse, se hervían, se asoleaban y por último se planchaban. Les comento que son como el comunismo, no hay milenial que entienda el concepto, menos aquel de los imperdibles (nombre que se le daba a los alfileres gigantes con que se sujetaban, colocando el dedo debajo para que cualquier pinchazo hiriera a quien los colocaba y no al bebé), y lo de los pantis plásticos para evitar las inundaciones de orina.

Las conversaciones suelen ser de lo más amenas pues solo ver la cara de los interlocutores migrar de desconcierto total hacia asombro y luego aquella que denota el convencimiento de que si hubieran tenido que prescindir de los Pampers no habrían tenido hijos es súper divertido. ¡No saben cuánto! Más adelante, como por aquel tiempo en que tuve mis primeras hijas, ya se había dado de alta la hervida, la asoleada y la planchada, pero se había incluido unos tanques de cinco galones que se colocaban junto a la cuna con agua teñida de azul con una cosa que se llamaba Diaper Pure, que ya ni siquiera en Internet se encuentra (ni como referencia histórica), donde había que colocar los pañales antes de que se llevaran a la lavadora. Ni hablar que siempre necesitaban una restregada a mano con jabón Ivory para que se mantuvieran blanquitos.

Cuando ocurren estas visitas al país de “en mis tiempos”, luego de clausuradas las conversaciones, siguen apareciendo imágenes por varios días, si no semanas, de aquel lugar que hemos querido tanto. Una que me regresó fue aquella de las “canastillas”. Les explico: en las casas había una especie de mueble de mimbre compuesto por alrededor de 4-5 piezas o canastos cuadrados, como de dieciocho pulgadas por lado y unas diez o doce de profundidad, que se doblaban sobre sí mismos. O sea, cuando estaba cerrado era una pieza como de tres pies de alto, pero cuando se abría hacia los lados, pues era como de treinta y seis. La tapa de arriba se acolchonaba y se forraba bien bonita con un piqué u otra tela y allí se colocaban los imperdibles y otras minucias.

Había una segunda canastilla que era la que se llevaba al hospital, pues allí los bebés se ponían la ropa que llevaba su mamá y esta era como esas maletitas de mimbre que también usábamos para la ropa de muñeca, solo que más grande, y allí en el interior, igualmente decorado, viajaba el guardarropa. Como la gente joven no tiene esas canastillas registradas en su imaginario he buscado y buscado en Internet y, al igual que el Diaper Pure, han desaparecido. Si alguien tiene una foto por favor que la mande a la revista Ellas (ellas@prensa.com). ¡Muchas gracias!