A pesar de lo mucho que amo a mi país, confieso que no me gusta la política. O quizás lo que no me gusta son los políticos, y esa animadversión creo que la han ganado gracias al empeño que han puesto en mentir, saquear y, en resumen, usar sus puestos para beneficio personal.

Nos pasamos 21 años soñando con las bondades que traería la anhelada democracia y seguimos esperando. Más bien seguimos llorando, al ver que día a día el descalabro es mayor, los robos más grandes, el descaro ya es el pan nuestro de cada día, y el sistema y todas sus columnas se está sosteniendo apenas con saliva. Esa que producen los discursos mentirosos de quienes tienen como meta quedarse en el poder para que no los juzguen, no los castiguen y no les quiten sus prebendas.

El sistema ha sido diseñado por quienes en un momento dado tuvieron la oportunidad de legislar para el bien común y optaron por hacerlo para su bolsillo. Romper esas cadenas es virtualmente imposible. Los ciudadanos, una vez más atrapados en el “votar por el menos malo” o “en contra de yo qué sé quién”. No me parece justo.

Cierto es que muy de vez en cuando aparece por ahí algún justo que hace un esfuerzo por mejorar la situación, pero o le dan pelonera o lo agarran a billetazos y hasta ahí llegan las buenas intenciones. Parece mentira que hayamos caído tan bajo. Y los ciudadanos ya están tan abrumados que los escucha uno decir que votarán por los que “roban pero hacen”. ¡Dios mío! El que roba es ladrón. Punto final. Y es cuestión de tiempo para que empiece a robar más y hacer menos.

Me cuesta creer que con los recursos que tiene nuestro país sigamos sometiendo a los jóvenes a una educación que no alcanza ni el dos con cinco; que seamos incapaces de atender a los turistas como Dios manda a fin de que regresen una y otra vez, y si no lo hacen, por lo menos que corran la voz que vale la pena pasar por aquí, pues así es el turismo, una industria que se beneficia tremendamente del boca a boca.

No comprendo cómo es que aún no hemos aprendido que los mares no son basureros, ni los ríos, ni las calles. Y para ejemplo un botón, aquí estuvieron varios cientos de miles de jóvenes en enero y jamás vi una calle sucia. Cada quien cargaba su basurita en la mochila hasta llegar a un lugar donde depositarla.

Hace poco estuvimos en Santa Catalina, tierra de surfistas y amantes del buceo. Sus dos o tres calles están pobladas en su mayoría por hostales y pequeños cafés, casi todos regentados por extranjeros que trabajan como mulas para mantenerlos limpios y ofrecer un servicio de calidad. Me dio un poquito de pena ajena, pues me hubiera gustado poder decir lo mismo de mis compatriotas, a quienes no les vi el pelo en Bahía Honda.

El caso es que cada cinco años me hago la ilusión de que algún estadista que piense más allá de las siguientes elecciones ocupará la silla, y cada cinco años me decepciono. Pienso que va siendo hora de que mandemos un mensaje a los partidos políticos de que YA ESTAMOS HARTOS DE ELLOS. Que les hemos dado casi 30 años para que cumplan sus promesas y nada. Miremos para otro lado, abramos otras puertas, salgamos del encierro en que nos tienen. Y recuerden que un saco de arroz no dura cinco años.