Reconozco que este año he tenido poco tiempo para leer las noticias a diario. Un montón de emergencias familiares me mantienen ocupada en otras cosas. Sin embargo, cuando voy en el carro de un lado a otro aprovecho para ponerme al día con lo que está sucediendo.

Confieso que escapo de chocarme por milagro del cielo, pues no suelen ser buenas las noticias, y lo peor del caso es que podrían serlo si los que están a cargo de llevar las riendas del país se sentarán a pensar por cinco minutos antes de estampar su firma a fin de legalizar cualquier idiotez. Pero eso ya parece ser caso perdido. Nos hemos subido al bote del asistencialismo y la demagogia y ¡qué pena! Pero solo hemos llegado a un apartado lugar del que no parece que podremos regresar.

Entre tanta mala noticia, hay días que escucho algunas peores, como por ejemplo, que en Panamá está prohibido “por ley” construir estacionamientos debajo de los parques. Lo dijo el alcalde Blandón. Casi muero. En la ciudad en que se construyen edificios con 100% menos estacionamientos de los que se requerirían para evitar el flujo desmesurado de autos hacia las calles -en las que cada día es más difícil circular- se prohíbe la construcción de estacionamientos en lugares en que es superlógico hacerlo.

En Santiago de Chile los autos se estacionan debajo de todos los parques, y ahí están los parques, bellos, llenos de árboles y banquitas para el disfrute de todos los habitantes de la ciudad.

Eso permite que haya un poco más de orden y poco vi autos mal estacionados u obstruyendo el paso. Pero aquí somos más papistas que el papa y eso no se puede hacer. Claro, presumo yo que nadie protestó la ley pues los vecinos de los parques no confían en que, luego del desbarajuste que ocasionaría dicha construcción, el gobierno sea capaz de reconstruir el parque. En eso puedo darles la razón, todos hemos sido testigos de los desastres que quedan en las calles después de una supuesta reparación de algo, pero así como se protesta para el no, se podría protestar para el sí. Pienso yo.

Además, en Panamá está prohibido por ley robar y la gente roba. Dios, que si roba. Está prohibido hacer negociados con los bienes públicos y se hacen. Está prohibido hacerle escándalo al vecino en la madrugada pero se hace, y pregunte a ver si dejan pasar a los representantes de la autoridad a poner orden. No señor, si el bullero tiene pool, la cosa sigue.

Y así nos vamos con el millón de cosas que las leyes del país prohíben y que la gente hace de todas maneras. Me pregunto qué sucedería si sustituyéramos a los legisladores que, pobremente devengan su salario en la mayoría de los casos, por un equipo de “hacer cumplir las leyes”. Porque, honestamente, leyes no hacen falta – y menos las cantinfladas que a veces oigo discutir- pero orden y disciplina nos vendrían de perlas.

Pero así son las cosas. Nada camina porque no hay certeza del castigo en ningún caso. Seguimos comportándonos como lo hacíamos en los tiempos en que existía la Zona del Canal, y cuando las familias las cruzaban en auto para ir al interior, guardaban hasta las envolturas de los chicles para tirarlas por la ventana apenas se cruzaba la frontera de Arraiján. Porque en Panamá no ponían multas. En realidad todavía no las ponen. ¡Y que siga la fiesta!