Creo que somos muchos los panameños que tenemos sentimientos encontrados acerca de nuestro bello país. Lo amamos, esa es la verdad, porque es divino. Su naturaleza explosiva, los rincones, muchas veces desconocidos para la mayoría de la población, son únicos. En fin es un país rico, muy rico.

El encuentro viene cuando vemos el maltrato que se le da al país en general. No hablaré de los peores maltratadores que son, por supuesto, los gobernantes porque es temprano en la mañana y me hago mala sangre cuando pienso en ellos, sus egoísmos y su falta de todo. No entraré en detalle como ya les dije. Somos los panameños comunes y corrientes, los trabajadores, los padres de familia, los hijos, los tíos, los abuelos, los que no hemos entendido que cada esquina de este país es propiedad de cada uno de nosotros y por ende responsabilidad de cada uno. Y no digo de todos, porque sabemos que lo que es de todos no es de nadie.

Sucede que a los balnearios no se puede llegar un lunes en la mañana, es más ni un domingo, ya que el “patacón” que se encuentra es digno de unos de esos documentales de National Geographic o de Jacques Cousteau… saben, aquél en que él decía “aquí encuentrrrroooo la basurrrra del mundo”. Es espantoso. Y nadie dice nada, nadie se atreve, porque si yo estoy en el río XYZ con mi picnic y mi bolsita de basura para llevarme los desperdicios que produzca a un lugar apto donde pueda descartarlos (que bien podría ser mi casa pues no es un país con abundancia de basureros; de peces y mariposas sí, mas no de basureros), y veo al paseo de al lado tirando latas de bebidas y papeles y pedazos de manzana en el exacto lugar donde ingirieron el contenido, me quedo muda, honestamente me da pánico que me saquen un bate y me rompan algún hueso. Como sucede mil veces cuando alguien le llama la atención a alguien en un lugar público.

Y la polución no viene solo de la basura viene de los escándalos que provienen de cada uno de los núcleos de visitantes. Sus equipos de sonido a todo volumen, los gritos -hay que hablar más alto que el equipo de sonido-, en fin, la robadera de paz está por todos lados.

¿De quién es entonces la responsabilidad de educar a cada uno de estos panameños despelotados? Siempre queremos echarle la culpa a las escuelas y algo de responsabilidad tienen, pues para eso debería ser la clase de Cívica para educar buenos ciudadanos, sin embargo, seamos honestos, toda la educación, absolutamente toda, debe empezar siempre en el hogar. Los padres somos o deberíamos ser los primeros responsables del comportamiento de nuestros hijos.

Comprendo que la cadena de malos ejemplos es larga y empieza bien arriba pero en algún punto deberíamos poder interrumpirla. Sería fácil decir que si elegimos mejores gobernantes que den ejemplo de honestidad, civismo y amor a la patria, la cosa mejoraría. No niego que es un camino, sin embargo, somos los progenitores los que estamos verdaderamente detrás de la oreja de nuestros vástagos. Somos nosotros el primer ejemplo, somos los responsables de que nuestro bello país se mantenga así.