Hay días en que francamente pienso que los eventos se alinean para hacerlo a uno feliz. Como ya saben, cada año, durante la Cuaresma, mi esposo, yo y un par de amigos nos reunimos a comer bacalao para recordar a quien alguna vez me permitió cocinar este platillo para terceras personas y verlas disfrutarlo. Digo esto porque en mi casa no solo no les gusta, sino que hacen toda clase de caras y comentarios cada vez que se cocina; ojo, que es solo una vez al año para el Club del Bacalao, como hemos bautizado la reunión.

La receta es de un compadre y cada año el menú se repite idéntico, o casi idéntico. El bacalao, arroz blanco, tajaditas de plátano maduro, un vegetal o ensalada -que ese sí cambia cada año-, y pie de piña con la receta de mi abuela de postre. Uno de los comensales generalmente está en manda y pasa con el pie de piña, así es que debo repetir el postre en ocasión posterior, lo cual no me importa ni un poquito. Me fascina y a él lo adoro, así que es una combinación perfecta.

Sucedió que estaba yo en una cita y quería verificar que tenía todos los ingredientes necesarios para la preparación de cada uno de los platos, por lo que me puse a buscar en mis correos la receta que alguna vez me mandó la esposa del compadre. En el camino de la búsqueda me encuentro este correo de una muchacha/señora, no sé su edad, con raíces portuguesas, que hace como cinco años me envió un correo hablándome de una receta de su papá portugués que ha pasado de generación en generación y que se repite en eventos familiares.

Cuando leí el correo me dio un susto tremendo pues hasta la receta detalladísima me mandaba, explicada como la explicaría mi mamá, “con un chorrito de esto y un poquito de lo otro y probando hasta encontrar el sabor”. Mi mente estaba en blanco. No recordaba haber contestado una comunicación tan cariñosa, así es que al instante dejé todo lo que estaba haciendo para enviar respuesta, que si bien viajaba atrasadísima, viajaría.

Se podrán imaginar que yo jamás pensé que este correo loco recibiría respuesta. Tantas cosas suceden en dos o tres años. La gente se muda, cambia su dirección de correo electrónico, quién sabe. El caso es que no había pasado un día, creo que más bien fueron horas, cuando entró la respuesta. Más vergüenza me dio pues resulta que sí había contestado. Pido disculpas, hay días en que la memoria está como el disco duro de mi computadora y las cosas demoran en aparecer.

Fue una respuesta tan tierna y cariñosa que me dio la misma alegría que el correo original, o quizás más, pues esta chica me estaba queriendo a pesar de mi olvido. Este intercambio me permitió encontrar el correo original porque tengo la manía de no botarlos. Algo que mi casilla de correos no agradece, pero yo sí, y ya me estoy organizando para probar esta nueva receta. Para esto tendré que convocar a una segunda reunión del Club del Bacalao. No creo que los miembros se molesten. Yo seguramente estaré feliz de volverlos a ver. Y así, entre un bacalao y otro, encuentro momentos como este que francamente hacen que todo merezca la pena. ¡Gracias!