Casarse es una decisión importante, vital, que debería producir una unión a todo lo largo de la vida. Esa es la teoría, eso nos han dicho desde siempre. No siempre ocurre, pues no siempre la pareja que toma la decisión de unir sus vidas para siempre, de la forma que sea, es lo suficientemente compatible como para que las tribulaciones normales del diario vivir, los dolores, las dificultades y otras interrupciones de la felicidad se superen como debe ser. Ya ven que “siempre” aquí es lo que es, mírese como se mire.

Por otro lado, están aquellas parejas que uno ve, de cerca o de lejos, y puede percibir los destellos del polvillo mágico de Tinkerbell, evento que da la certeza de que llegarán a viejos juntos. Ahí está la cosa: en que la vida es larga, en ocasiones muy larga, y así como aprendimos en biología sobre la metamorfosis del gusano de seda, los seres humanos también pasamos por procesos de cambio y no siempre nos convertimos en mariposas.

Sigo en España mientras escribo esto. Voy fascinada en uno de esos trenes que tanto disfruto utilizar, pues me llevan de un lugar a otro en un tiempo más corto de lo que me llevaría yo misma en auto, y además me permiten hacer cosas como escribir este artículo. Viajo sola con mi marido, así nos gusta andar, el uno con el otro para poder sacarle el jugo a cada minuto de nuestras ausencias de casa. Anoche, mientras cenábamos, le dije: “la verdad me fascina pasar tiempo sola contigo”. Y no por echarnos flores, pero conozco muchas parejas que no son capaces de disfrutar ni un par de horas en compañía el uno del otro.

Mientras me deleito con el paisaje, siento todavía la sensación de bienestar que me acompaña desde que mi sobrino Ricardo pidió la mano de su novia española Silvia, o más bien desde que me enteré que la había incorporado a su vida, así nada más como novia. A Ricardo, por supuesto, lo conozco desde que nació, o desde antes, quién sabe, y sé de todos los rincones de su alma. A Silvia la conocí más tarde, pero es el tipo de persona que se deja ver por dentro sin complicaciones.

¡Uy, esta es la mujer para Ricardo! Pensé la primera vez que los vi juntos, y parece que todos los astros se alinearon para que sus caminos se volvieran uno. Cuando llegó el día en que celebramos su unión con una ceremonia igualita a ellos, de una sencillez y una profundidad espiritual como pocas, todo el mundo quedó boquiabierto y ‘ojimojado’ de tanta belleza. Escogieron casarse en Toledo, en un cigarral, para tener el aire campestre que tanto les gusta a ambos. El corto diluvio que antecedió la ceremonia fue visto por todos -los panameños cabalosos por lo menos- como signo de buena suerte y prosperidad. Y ahuyentó el calor tan típico del sitio.

No hubo excesos de ningún tipo. De amor quizás, si es que puede haberlo. Los invitados, todos muy allegados a uno o ambos novios, pues hay que reconocer que España no está a la vuelta de la esquina, hicieron que la celebración fuera especial, divertida y que durara hasta el amanecer. Aparentemente la combinación de españoles con panameños es sinónimo de mucha parranda.

Estoy contenta por Ricardo y Silvia. Los veo felices y descomplicados. Los veo pescando juntos, subiendo cerros juntos, trabajando juntos, riendo juntos, caminando juntos -y agarrados de la mano– hasta el final del final del final del final…