En estas épocas en que cualquiera cumple 100 años, llegar a 85 sonará como poca cosa, sin embargo, este personaje del que les hablaré hoy  aunque apenas ha completado 85 vueltas alrededor del sol, lleva muchas vivencias entre pecho y espalda, y por lo tanto, me parece que es hora de que le demos su lugar de honor. A ver…

no es que sea la primera vez que la sentemos en la silla de reina, sino que completadas ya muchas etapas vale la pena hacer la listita.  Yo tengo casi 65 años de conocerla y digo ‘casi’ pues me faltan unos nueve meses para completar la cifra. De esos 65 yo diría que llevo ya como 60 metiéndome bajo su piel, pues antes de eso era todo un despiste sin mayores anotaciones, pero desde que abrí los ojos, realmente los abrí para ver la vida pasar, como dice mi amiga Chelle, la cosa cambió y me fui enterando de las lecciones importantes con solo verla caminar.

A simple vista luce como una persona común y corriente que, por cierto, se dice mala para las matemáticas, pero yo la he visto contar pelaítos en el campo como pocas y mantener un presupuesto a raya como si tuviera una varita mágica. O, será por la maldita pregunta que nos grabó desde muy tierna edad frente a un antojo, “¿lo necesitas?”, que en casa nunca se pudo despilfarrar ni un centavo.

Y, hablando de varita mágica, tengo que decir que también le sale perfecto el bibidibabidibú a la hora de comprar regalos, pues los suyos siempre arrancan una sonrisa y se sienten especiales sin importar el costo. Tienen valor, no precio, y eso también lo aprendimos desde que lográbamos ahorrar 25 centavos de la cosita a la semana para invertirlos en algo que resultara maravilloso para el receptor.

No se hace llamar aventurera, pero confirmo que sin ella y sus inventos, yo tendría hoy en día muy pocas historias que contar. Seguramente no habría descubierto la maravilla del chorro esquinero que genera un buen aguacero, ni la cacería de cigarras, ni los chapuzones en el río, ni los paseos a caballo campo traviesa, ni cómo se cambia un flat o se cocina una yuca bajo una pila de carbón. No sabría de la delicia de comer mamón hasta que se me pelara la boca o llevar mango verde para el recreo en el bolsillo de la falda escolar. Su sistema era una mezcla de hacer, dejar hacer y mandar a hacer casi perfecta.

Y así ha ido transcurriendo la vida, ella siempre 20 años más adelante que yo. Siempre sabiendo 20 veces más que yo, siempre entendiendo el universo 20 veces mejor que yo, siempre con ganas de enseñar cómo se logra una vida buena a pesar de las cosas malas que salen de la bolsa. Yo voy detrás con paso apurado a ver si la alcanzo, a pesar de que mi cabeza me dice que eso es imposible, pues la experiencia solo se adquiere con la experiencia.

Sin embargo, mantengo viva la ilusión de que cuando mis 65 lleguen a ser 85 se me habrán develado los secretos que ella siempre descifraba antes que yo, o por lo menos algunos. Me conformaría con llamarla mi maestra, mi modelo y mi guía, aun cuando a veces mis pasos no sigan exactamente la línea marcada por los de ella. Y es que tampoco le gusta que uno le ande jalando la falda. Por ahora, ¡feliz cumple 85, mami!