Quienes son aficionados a la cocina, más específicamente a la panadería y repostería, saben que las masas, una vez montadas, requieren de un tiempo de reposo. Es el secreto para el éxito. Igual pasa con los frijoles negros que, por duros, nos ahorran tiempo de cocción si los dejamos en remojo una noche o, por lo menos, unas cuantas horas. Y así, hay montones de platos que en las instrucciones leen “deje reposar”.

Bien, con la vida ocurre lo mismo. Es por eso que muchas veces aquellas personas sabias y ecuánimes contestan antes una propuesta o interrogante o duda “lo voy a consultar con la almohada”, en inglés “I Will sleep on it”. Entendemos que el significado de la frase no es literal. Es posible que esa “consulta” sea de una hora, un día o una semana, el caso es que la persona no reacciona de forma inmediata sino que reflexiona, aunque sea brevemente, frente a la disyuntiva. Esa ecuanimidad ahorra una cantidad de tiempo inmensa en movimientos inútiles que suele llevar a cabo la persona que es más reactiva que reflexiva.

Quiero ahondar un poco en este concepto pues a veces se confunde ese “voy a pensarlo” con lentitud en la acción y necesariamente tienen relación. Hay quienes dejan que sus pensamientos se organicen antes de empezar a hacer, pero no hay demora en la acción. Es decir, son eficientes y eficaces en su actuación.

Sucede con frecuencia que ante varias opciones una persona escoge A sin pensarlo mucho y empieza a realizar las acciones que se requieren para completar A. Sin embargo, más temprano que tarde se da cuenta que A no era el camino apropiado y se decanta por B (siempre me gustó esa palabrita “decanta” que leía en los escritos de Ana Alfaro q.e.p.d). Repite la acción, hace un millón de cosas y ¡Oh, sorpresa! Lo apropiado para la ocasión no era ni A ni B, sino A1. ¡Qué revulú! ¿Ven por donde va la cosa?

Este personaje no ha concluido el proyecto todavía y ya está agotado. Ahora bien, si antes de empezar a “trabajar” hubiera pensado un poquito sobre las ventajas desventajas de cada opción habría trabajado menos y obtenido más.

Un ejemplo gráfico y exagerado sería, por ejemplo, pintar un cuarto. Usted decide que quiere pintarlo y su esposo le dice que le parece apropiado que lo pinte de amarillo. Sale corriendo a la tienda de pintura y compra dos botes de pintura amarilla, brochas y cinta adhesiva especial para no manchar los bordes. Llega a la casa y arranca a pintar. Entra la hija y le dice “ay, no, fatal ese amarillo, lo has debido pintar de verde”. Usted piensa por dos minutos y queda convencida que efectivamente verde era más bonito. Repite la operación de compra. Claro que todo esto ocurriría en otros tiempos pues ahora tendría además que dar mil vueltas y conseguir la forma de que le traigan la pintura y las herramientas a la casa.

Y va con el verde, pero no había hablado con su mamá quien es de la opinión que los cuartos siempre quedan mejor de un color neutral, llámese blanco o crema. Yo solo estoy escribiendo y ya me quedé sin aire, pero ustedes bien saben que esto ocurre en la vida real.

Yo soy súper partidaria de la proactividad y confieso no tener paciencia con la gente que está esperando que la vida la resuelva o que “alguien” la haga los mandados, pero tampoco me gusta invertir tiempo ─un activo valiosísimo aun en tiempos de pandemia─ en acciones que no conducen a nada. Se los dejo ahí por ahora.