Por alguna razón desconocida los seres humanos nos pasamos la vida imaginando eventos perfectos, y por eventos quiero decir cualquier ocurrencia vivencial, no necesariamente una reunión social, aunque esos también los queremos sin error alguno.

En mi libro, ese afán de perfección lo único que logra es aumentar exponencialmente el nivel de estrés que uno normalmente debe manejar en la vida. ¿Quién ha dicho que la vida es perfecta? La vida es como le da la gana de ser y uno debe adaptarse de una forma u otra a sus vaivenes.

Entonces, es muy posible que aunque uno haya planeado una Navidad perfectísima, a Santa se le caiga un regalo del trineo y caiga debajo de alguna cama o en la chimenea equivocada y se forme una llantarria mañanera. Todo tiene solución menos la muerte y algo se le puede ocurrir a uno para consolar al desconsolado. Igual sucede con la comida. ¿Quién ha dicho que al mejor cocinero no se le ahuma el arroz o se le quema la carne?

Les cuento que con cada incidente que interrumpa la perfección soñada surge un cuento que en dos o tres días nos parecerá divertidísimo, y en dos o tres años será uno de los mejores que comparta la familia, y en diez, pues ya será legendario. ¿Les parece que hay mejor regalo que ese? A mí me parece que es genial. Por otro lado, cada inconveniente ayuda a desarrollar la creatividad y fomenta la resiliencia. Así, serán pocos los asuntos que le quitarán a uno el sueño.

Claro que a todos nos gustan las cosas que salen bien y las decoraciones bonitas y la comida bien sazonada y las fiestas llenas de asistentes, pero no siempre podemos tenerlo todo. Y con una comida sencilla adornada con una ramita de perejil y un libro de cuentos que traerá mil horas de diversión estaremos en capacidad de pasar un rato fabuloso siempre que haya buena compañía.

Yo hace años que renuncié a la perfección y no por eso soy mangaja. Trabajo lo mejor que puedo, meto horas y horas tratando de lograr siempre un producto final del que me pueda sentir orgullosa, pero no voy a perder la dulzura de carácter por un defecto pequeñísimo que nadie notará, a menos que yo le diga, que existe. Porque así somos de necios. Vamos derechito a decirle a los invitados que la quinta servilleta tiene la basta suelta en la esquina derecha. ¡Por favor!

Y qué me dicen de los padres, abuelos, hermanos o vecinos que se imaginan que los niños pequeños siempre, siempre, siempre se van a comportar como ángeles, van a sacar las mejores notas en el colegio y jamás les harán una pataleta. Qué ilusión… óptica como la de David Copperfield, el mago.

Los niños lloran, no quieren comer, no dan beso de bienvenida ni de despedida, le dicen feo al abuelo Germán y narizona a la abuela María. Le halan el rabo al perro del vecino y después nadie sabe por qué lo mordió y así sucesivamente, porque la gente es gente, tan sencillo como eso. Perfecto, solo Dios.