La reciente aparición del famoso carro de Lego que algún día hace varias décadas mi hijo armó y con el cual mi nieto se obsesionó luego de saber que existía la posibilidad de que yo lo tuviera, removió en mí un montón de sentimientos que ocasionalmente salen a flote y que yo rápidamente vuelvo a esconder.

Se trata de la disyuntiva entre deshacerme -perdón, botar– de toda la memorabilia familiar que empecé a acumular quién sabe cuándo, o sencillamente dejarla que siga ocupando cualquier rincón disponible en mi casa con la certeza de que el día en que yo no esté, irá a parar al basurero, no sin antes haber sido escrutada y motivo de burla de mis herederos.

Ya los puedo escuchar: “¡Explícame por qué mi mamá tiene mi boletín de la Academia Infantil! O sea, el preescolar antes del preescolar”. O “¿Para qué ocupó toda una tablilla con discos de vinilo [LP en nuestra juventud] si ya ni existen los tocadiscos?”, “¡Mira esto, ochocientos mil fólderes con recortes de periódico de cuando Tito fue alcalde! ¡Qué alergia!”. “Papeles rayados y vueltos a rayar del bisabuelo”. “O sea, los vestidos esos que nos compró mi abuela cuando teníamos como 4 años y que nos trajo a todas la primas”, diría otra. “¡Un álbum de figuritas, no me lo puedo creer!”, afirmaría alguien más. “Los cuadernos de Georgia Tech de mi abuelo, no puedo con esto… y los libros también. ¿Será que nadie le dijo que desde hace años los ingenieros construyen diferente? ¡Nombe no! Todo esto pa’ la basura”.

Yo, desde el más allá o el más acá, estaré contestando cada una de sus preguntas y/o reclamos: boletines para que sepan la realidad de la clase de estudiantes que fueron desde el día uno, algunos mejores de lo que creen y otros peores; pues para quienes no se han enterado, los discos de vinilo son ahora la última patada en el universo musical; los recortes de periódico es verdad que dan alergia, pero le permiten a uno enterarse en poco tiempo de lo mucho que alguien querido alguna vez hizo por la ciudad. Los papeles rayados del bisabuelo, solo por el gusto de admirar su exquisita caligrafía, no tiene que haber más razón que esa, y los vestidos pues, para que los luzcan las nietas. Todo, absolutamente todo tiene su razón de existir, y cada vez que considero la posibilidad de descartar algo, luego de examinarlo, sobarlo por un rato y quitarle el polvo, vuelve a su lugar.

Yo desde el más allá o el más acá no tendré poder alguno para decidir qué se queda y qué se va. Ni me va a importar, pero mientras ande por estos lares seguiré disfrutando de los ataques de alergia que se desatan cada vez que me pongo nostálgica y me siento a disfrutar de algún viejo recuerdo. Es sabido que además hay fotos desteñidas y otras no tanto, negativos, rollos de películas que ya no se pueden ver, por lo cual están en fila para entrar al proceso de convertirse a un formato moderno, que sin duda dentro de un par de años también estará obsoleto. Y bueno, ahí nos vamos. Si me dispusiera en este momento a hacer un inventario completo, se me vencería la fecha de entrega y quizás media vida. Dejémoslo ahí.