Ya ha pasado más de un mes desde que entró en vigencia la ley que prohibe el uso de bolsas de polietileno. Quiero saber, ¿cómo les ha ido? ¿Ya se acostumbraron a llevar sus bolsas a la farmacia y compraron las de tela para hacer el súper? ¿O todavía están en un limbo ecológico?

Esos primeros días fueron de mucho alboroto, pero me gusta ver el espíritu de emprendimiento de la gente. De repente, muchas personas en mis grupos de Whatsapp estaban vendiendo bolsas de tela. Esa es la maravilla del capitalismo y el empuje extra de las redes sociales.

La primera vez que fui al súper después que eliminaron las bolsas, llegué toda juiciosa con mi sinfonía de cartuchos reciclados. Algunos de papel, otros de tela, ninguno combinaba con el otro, pero cumplieron su función. Así fue que salí del SuperKosher con algunas de mis bolsas verdes del Rey.

Algunos establecimientos están proporcionando bolsas ecoamigables, pero son tan buenas biodegradándose, que casi se desintegran antes de que llegues a tu casa. Así que prefiero mis bolsas descordinadas.

Aplaudo el esfuerzo de tratar de salvaguardar nuestro planeta. Como todo, es cuestión de costumbre. A lo que no me he acostumbrado todavía es a los mandados inocentes que se convierten en funciones de malabarismo.

Por ejemplo, ir a la farmacia a comprar una medicina. Pero ustedes saben cómo es eso… vas por una cosa, y de pronto sales con la medicina en el bolsillo; champú, pasta de dientes y chocolates en la cartera; y fotocopias en la mano.

Otro día estacioné mi carro, y mientras caminaba hacia el lugar al que me dirigía, vi un establecimiento que vende empanadas y otras picadas. Entré. Me emocioné escogiendo una caja de esto, una cajita de lo otro. Y cuando pagué, muy bien gracias, mi bolsa de tela se había quedado en el carro. Así que salí de La Bonbonniere con una bolsa que les sobraba de G de P y que tuvieron la gentileza de cederme.

Por último, hace unos domingos llevé a mi bebote a GameBox. Se sacó el jackpot, y con ello, más de dos mil tiquetes. A la salida se dio gusto canjeándolos por todo tipo de premios/checheritos.

Ah, pero verdad, ahí tampoco dan bolsas y no se me había ocurrido bajar la mía del carro. Así que a Gabriel le tocó hacer lo único que se podía: enrollarse la camisa y usarla de saco.