Hace tiempo que dejé de participar en comités de madres, asambleas de propietarios en mi edificio y similares. Claro, si me necesitan para algo en lo que puedo aportar, con gusto lo hago. Pero no voy por propia iniciativa porque me di cuenta de que, en las reuniones, a los asistentes les gusta señalar las deficiencias existentes, ventilar sus quejas y exigir que se resuelvan, pero, aparte de eso, la mayoría no hace nada.

“¡Hay que pintar la guardería del edificio!”, “¡Necesitamos equipos nuevos para el gimnasio!”, “¡Hay que ir organizando el brindis de graduación!”… Sí, todo eso es verdad, pero a la hora de pedir voluntarios para que se encarguen de dirigir o solventar estos temas, solo se escuchan los grillos. Muy pocos están dispuestos a invertir tiempo y energía para hacer lo que necesita hacerse. Para quejas sí están a la orden del día.

La mayoría espera que sea otro quien vaya a buscar cotizaciones, corretear contratistas, elegir diseños y demás. Y me incluyo. No tengo tiempo -ni ganas, sinceramente- para meterme en comité ninguno. Por eso decidí que, si no voy a ser parte de la solución, entonces mejor dejo de quejarme.

Obviamente, si le pagamos a alguien por proveer un servicio, no solo tenemos razón en exigirle, sino que derecho a reclamarle cuando no cumple con lo que le toca. El ejemplo más actual que se me ocurre son los políticos con todas las aberraciones y sinvergüenzuras que hacen. Pero, incluso para eso, uno se queja, pero ni siquiera apaga las luces de su casa una hora para mostrar su inconformidad y hacer algo chiquitito al respecto.

Pero lo que me hace considerar que la quejadera es un pasatiempo nacional es que ahora veo algo peor: la gente ya no solo se queja de las cosas malas, sino que no ven las buenas, y en algunos casos, se quejan incluso de ellas.

Ilustro con un ejemplo: una noticia que vi compartida en las redes sociales afirmaba que 5 mil panameños fueron a Rusia para el Mundial. Los comentarios que leí al respecto incluían: “Muchos de ellos vinieron con qué deudón. Son como diez mil dólares, ¡a ver cómo los pagan!” (Emmm, ¿eso por qué es problema suyo?). “¡Esos 5 mil boboletos que vayan a manifestarse contra el alza de la luz! (O sea, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?).

Me parece que los foros en las redes sociales son el caldero de los inconformes y resentidos. Como un artículo que publicamos sobre los niños que acompañaron a la Sele en el partido contra Inglaterra. Brincó una señora a acusar de racismo porque no había ni un niño negrito en la delegación infantil. Señora, los acompañantes se eligieron con una promoción al azar. Deje los complejos y la quejadera.

¿Será que estamos tan agobiados con cosas negativas que nos estamos convirtiendo en una población de amargados?

He leído en más de una ocasión que los panameños somos las personas más felices del mundo. Retomemos nuestra alegría, aferrémonos al optimismo, y si queremos ser parte del cambio, dejemos las quejas y pongámonos en acción.