Mami, ¡me arde la espalda!”. Sí, claro que le va a arder la espalda, la cara y las orejas, si está insolado y parece un Oompa Loompa.

Mi instinto maternal debería ser darle cariño y untarlo en aloe vera, pero lo que en verdad quiero hacer es gritarle “”¡te lo dije!”.

Sí, porque según la Nasa, el sol tiene cuatro mil millones y medio de años, pero cada vez que vamos a la playa, mis hijos actúan como si el astro fuera solo una lámpara y no saben cómo funciona.

Cuando veo que viene corriendo uno para zamparse a la piscina, le grito: “Esperaaa! Te voy a poner bloqueador solar”, pero ¡splash! se tira como un pato al agua.

“Ponte gorro”, pero no le gusta.

“Ponte camisa”, pero le molesta.

Entonces me toca corretearlo con el frasco de Hawaiian Tropic 50+ sin éxito alguno. Tratar de ponerle bloqueador solar en la cara a un niño, es como tratar de bañar un perrito. Se mueve, se corre, se retuerce.

Después, cuando les duele la vida y más adelante, cuando se pelan como anfibios, se andan lamentando. Pero la próxima vez que vamos a la playa, se repite la misma rutina desde el principio. Grrrr.

Ese es el tipo de cosas que me molestan con mis hijos menores. ¡Qué lucha para que  hagan caso!

De los grandes me enoja que a veces, solo a veces, piensan que nuestra casa es una posada. Van, vienen, entran, desaparecen como si fueran huéspedes. No avisan cuando salen, y tampoco cuando vuelven.

Los llamo al celular. “¿Dónde estás?”, le pregunto a uno. “Salí”, responde. Bueno, eso difícilmente es una primicia; ya me  había dado de cuenta. “¿Y por qué no avisas?”, pregunto cada vez. Y cada vez recibo por respuesta “Sorry, se me olvidó”. Grrr y recontra grrr.

En estos tiempos, hay todo tipo de mecanismos para recordarse de las cosas, desde ponerle un reminder al celular, hasta pegar un post-it a la puerta que diga “Avisar a  tu mamá cuando vas a salir”. Hablando en serio, les pondré una cartulina; tal vez eso funcione.

Ellos se exasperan; no entienden. La cosa no es solo que tomen nuestra casa como hostal, sino que pienso que la consideración hacia los demás es una cualidad muy importante.

A veces me quedo dormida y abro los ojos a las 3:00 a.m., y tengo que pararme a  dar mi vuelta por los cuartos para verificar que todos mis cachorros estén en casa.

Siempre les explico que los adultos que lleguen a ser en el futuro será el resultado de todas las cosas que aprendan, cultiven y hagan ahora. Creo que mostrar respeto y  ser considerados con su mamá es el primer paso en ese camino. Y si no, bueno, al menos no duermo con un ojo abierto.

Pero en mis adentros me río… Sé que algún día, más adelante, cuando tengan sus propios hijos, entenderán esto con claridad y recordarán con una sonrisa los regaños de su mamá.