Hay ocasiones en que discursos que escucho, videos que miro o artículos que leo me inspiran a desarrollar algún tema desde mi óptica. Pero en otras me sucede como ahora, en que voy a escribir de una charla que yo di. ¿Es plagio si me copio de mí misma?

Lo cierto es que hace unas semanas preparé una conferencia llamada “Si no te gusta tu historia, cambia la narrativa”. El objetivo era compartir algunas de las cosas que he aprendido en los últimos años, siendo la más importante que somos nosotros los autores de esa obra maestra que escribimos día a día llamada “vida”.

Cada mañana, cuando nos despertamos, recibimos incontables bendiciones. El solo hecho de abrir los ojos una vez más y tener el uso de nuestras facultades, es algo que debemos agradecer profundamente. Pero para mí hay otro regalo igual de valioso, uno al que muchas personas no le dan la importancia que merece. Me refiero a la responsabilidad. El hecho de que somos los auténticos apoderados de nuestra existencia.

Suena tan esencial, pero no lo es. Muchos transitamos los días endosando la culpabilidad de nuestras faltas, olvidando que los únicos encargados somos nosotros mismos.

Es común confundir excusas con justificaciones. Les doy un ejemplo. Tienes una cita a las 9:00 de la mañana, y llegas tarde. Sí, había mucho tráfico. Eso lo explica, pero no lo justifica. Debiste haber salido antes. Pero en vez de decir, “disculpa, no calculé bien mi tiempo”, solemos escudarnos en el semáforo dañado, al taxista atravesado y todos los lentos que se cruzan en el camino.

Entonces, si no podemos asumir nuestra parte en algo tan sencillo, imaginen cómo pudiéramos ponernos para cosas trascendentales. Me hicieron, me dijeron y me dejaron de hacer o decir son las frases que sobresalen en el repertorio, olvidando que si bien no podemos controlar a los demás, tenemos algo mejor: la facultad de controlarnos a nosotros mismos.

No hay nada que libere y empodere más que sentirte como quien eres: un marinero incuestionable en el rumbo de tu vida.