Cuando estoy en un restaurante, evento o fiesta, y me sirven un plato de comida, consumo lo que me gusta, dejo lo que no, y si pruebo algo que verdaderamente me disgusta, disimuladamente lo escupo en una servilleta. (Pero sin perder el glamur).

Mi forma de abordar las demás cosas que existen en la vida es bastante similar a lo que acabo de describir, o a comer arroz con pollo y quitarle las pasitas.

Vivimos en un mundo repleto de personas, mentalidades, ideas y situaciones. No estamos obligados a que nos gusten todas. De hecho, puede no gustarnos ninguna. Pero para poder emitir una opinión educada, por lo menos hay que leer, nutrirse, informarse. En mi caso, después de hacer ese ejercicio, es que decido si absorbo o descarto.

No dejan de sorprenderme las personas que se ponen a juzgar, opinar, criticar, así, porque sí. Y admito que me fastidia un poco. Ey, yo soy la primera (o segunda) que va a defender la libertad de expresión. El problema es que muchas personas que hacen uso de este privilegio son prisioneras de su propia ignorancia.

El mundo no es blanco y negro. El intercambio de ideas siempre enriquece a quien está dispuesto a sumergirse en el océano de grises que nos rodea. Si no te gusta, después te secas. No pasa nada.

Voy a admitir que no siempre pensé así. Hasta hace unos años yo misma era como ahora critico. Pero desenvolverme en una profesión que continuamente me expone a nuevos escenarios me ha permitido conocer una plétora de historias y realidades que, si bien no son las mías, también existen. Y eso me facilita desarrollar algo más importante: la empatía.

En esa línea, hace unas semanas estuve platicando con alguien a quien aprecio mucho. Es una de esas personas que siempre te ayuda a desenmarañar tus ideas con sus pinzas de sabiduría.

Hablando de temas controversiales y las reacciones desproporcionadas de algunos, le comenté, “No entiendo a la gente. ¿Acaso no tienen criterio propio?”, y me contestó: “Siempre que escribas, piensa que lo haces para gente que no tiene criterio”. Obviamente no estaba insinuando que mis lectores no lo tienen. (Digo, ustedes son lo máximo).

Lo que quiso decirme es que escribir, transmitir ideas y comunicar es una gran responsabilidad, una que hay que manejar con discernimiento, de manera que si alguien que me lee no tiene un juicio formulado en torno a un tema específico, por lo menos lo que yo expreso le ayude a formar uno bien encaminado. Tomaré nota. En fin, esas son las ideas que rondaban estos días por mi cabeza.