Es un día cualquiera de escuela. Son las 4:18 de la tarde. Estoy en la oficina y suena mi celular. Es mi hijo de siete años, llamémosle Cosa 1 por el día de hoy, para hacerme partícipe del más reciente drama en la casa.

“Ma, llegamos de la escuela y Cosa 2 le pidió a la nana un pan con Nutella. Ella dijo que no hay pan, así que yo le pedí un waffle. Cosa 2 dice que es para él, ¡pero yo me lo pedí primero!”.

Respiro hondo, porque, en serio, ¿qué más puedo hacer? Le digo que me pase a su hermano. “Cosa 2, no entiendo, ¿acaso no hay suficiente comida para los dos?”. No detecta mi tono de ironía, y me responde que sí hay, pero que Cosa 1 agarró el pote de Nutella y, en represalia, él tomó la mezcla para hacer los waffles.

Queridos lectores, me da pena hacerlos partícipes de este episodio (y que además sepan que no había pan en mi casa), pero tengo que desahogarme. Ustedes entenderán que mientras esto ocurría en la cocina de mi casa, yo estaba ocupada con otras cosas en la oficina. Sumen lo vergonzoso que es tener este tipo de conversaciones al teléfono y que la gente a mi alrededor me escuche y piense que somos todos unos bárbaros. Así que bajo la voz y murmuro en mi tono más conciliador “Papito, Cosa 1 es más chiquito que tú. Dejen de discutir bobadas”. Pero se pone a debatir conmigo y le cierro el teléfono. Aquí escucho una vez más a mi mamá exclamando “¡Por eso dicen que el juez de los niños se ahorcó!”, cuando yo era pequeña. ¿Pero es posible que mis hermanos y yo hayamos sido así de necios?

Recuerdo haber peleado por el control remoto de la televisión y discutir por quién se sentaba adelante en el carro, ¡pero no por quién se comía el primer waffle! De hecho, mi hermanita siempre quería que le sirvieran de último. Así cuando los demás ya nos habíamos terminado nuestros dulces, ella venía a saborearnos los de ella…

No han pasado ni 10 segundos cuando suena otra vez el celular. En la pantalla sale (de nuevo) el número de mi casa. Es Cosa 1. “Maaa, Cosa 2 no me quiere dar los waffles!”. Mi tono conciliador ya se esfumó. La verdad siento que mi sangre comienza a burbujear un poco. Trato de razonar con él; no puedo. Le digo que me pase a su hermano y tampoco funciona. (Creo que por eso hay tantos conflictos en el mundo. Si uno no puede mediar por paz en su propia casa, qué podemos esperar de lo que sucede allá afuera).

Voy a ser sincera. Si hubiera estado en mi casa les hubiera dado un cascarazo a los dos. Pero como estaba en la oficina, grité al teléfono: “No hay waffles ni Nutella para nadie. ¡Me desalojan la cocina pero YAAA!”. No tiré el teléfono porque era mi celular, pero apreté el botón de “Terminar llamada” con toda la fuerza posible.

Bueno, 10 minutos después llamé yo a la nana para averiguar el desenlace del enfrentamiento. Me contestó que en ese momento ambos estaban comiendo juntos y tranquilos sus waffles con Nutella.

Todos los niños pelean entre ellos hasta que se dan cuenta que tienen un problema común. Así son las cosas entre hermanos.