Martha Stewart se hizo famosa por muchas cosas: levantar un imperio multimedia, escribir varios libros, ser una anfitriona impecable, tener un panache para la decoración y lucirse en la cocina.

Pero al final del día (y sin quitarle mérito por sus múltiples logros), la recuerdo por haber ido a la cárcel, envuelta en un escándalo por haber usado información privilegiada para vender acciones de su propiedad en un negocio turbio.

Después de que cumplió su condena y salió muy regia de la cárcel luciendo un hermoso poncho que le tejió otra reclusa, hizo tremendo comeback, logrando que su compañía volviera a brillar.

Pero me desvié del tema… Eso no es nada de lo que me interesa hablar. Quiero enfocarme en el concepto de utilizar información privilegiada para impulsar una agenda secreta, muchas veces en beneficio propio y en detrimento de los demás. O lo que yo llamo medio en serio, medio en broma, “hacer un Martha Stewart”.

Es como la vez cuando era chiquita en que gustaba de un niño y cometí la imprudencia de contarle eso a otra niña, y además (por alelada) decirle cuál era el chocolate favorito del susodicho.

¿Pues qué creen? Esta niña me hizo un Martha Stewart y usó esta información a su favor. ¡Compró un Crunch y se lo regaló en el recreo!

Ahora, de adulta, hay muchas otras formas de ser víctimas de movidas sneakys como esa. Estas son algunas de las historias que recogí de mi entorno:

Es como la fresca esa a quien le cuentas sin malicia alguna de una oferta laboral tentadora y mete su hoja de vida antes que tú.

O la aprovechada a quien le dejas ver tus diseños para un proyecto y poco tiempo después presenta algo sospechosamente parecido a lo tuyo.

O la supuesta posible clienta a quien le muestras tu carta de servicios y precios, y termina montando un negocio igual al tuyo con precios ligeramente más bajos.

Y claro, no podemos obviar a la mala amiga a quien le admites de quién gustas, y cuando te vienes a enterar, te serruchó el piso y resulta que se empató con el objeto de tu afecto.

Wow, el mundo sí que está lleno de sinvergüenzas…

Mi consejo, queridos lectores, para evitar que alguien les haga un Martha Stewart, es tener cuidado con lo que decimos y a quién se lo confiamos. No todo el mundo es tan bueno y desprendido como uno.

Calladitos estamos todos más seguros, y bonitos.