¿Saben cuál es el secreto para tener una buena autoestima? ¿Para ser niños felices, crecer y convertirse en adultos funcionales, adaptados y hasta con sentido del humor? Se los voy a decir, solo que no es tanto un secreto, sino más bien una cuestión de suerte. La suerte de nacer en una casa y tener una mamá como la mía.

Ella sabe que no soy perfecta. A menudo me dice que soy terca. De hecho, creo que me lo recalcó todos los días de mi vida entre los 12 y 17 años, y de vez en cuando todavía me lo recuerda. En ese entonces me cacheteó un par de veces por andar de contestona, y al día de hoy me reprende cuando ando con la mecha corta. Pero por lo demás, en sus ojos no hay nada en el mundo que yo pueda hacer mal.

Me remonto a mi infancia: cuando los niños en el salón me molestaban, su respuesta era “lo que pasa es que gustan de ti”. ¿Ah, cómo es eso? “Sí, gustan de ti. Pero les da pena decírtelo, así que te molestan para que les prestes atención”. Eso no me perecía lógico, pero qué les puedo decir. Así es el amor de las mamás. Algo parecido sucedía cuando algunas niñas de mi grado hacían fiestas o no me incluían en sus planes. La teoría de mi mamá era: “No les hagas caso; están celosas de ti”. Ok, no importaba que yo era la más gordita del salón, mi cabello parecía de escoba y en verdad me daba pena hasta pedir que me pasaran el kétchup en el comedor.

Años más tarde, cuando me babeaba por alguien que me gustaba y ese alguien no me paraba bola, ella me alentaba. “¡Llámalo tú!”. Mami, ¿¿cómo así?? “Los hombres son penosos. Cualquiera estaría FELIZ de salir contigo. Eres inteligente, eres bella. Lo que él necesita es un pequeño empujón. ¡Llámalo!”. (Jooo, ni que yo fuera Bo Derek). Literalmente, me podía MORIR antes de hacer eso. Una que otra vez traté y el tiro me salió por la culata. Pero la respuesta de mi mamá era una de las siguientes: “Es un bruto”, “Tiene mal gusto” o “Igual no te merece”.

Ay, qué tiempos... Recuerden que en los años 90 no había celulares ni redes sociales. Para seguirle el rastro a alguien la estrategia era ir a lugares donde existiera la posibilidad de coincidir con él. Eso, o gastarte un tanque de gasolina dando vueltas por la ciudad y dejarlo a la suerte… A pesar de eso, toda la vida he preferido que me correteen a mí: bajo mi óptica es mil veces mejor ser la chifeadora que ser la chifeada.

Pero bueno, retomando el tema de la autoestima, creo que gran parte de la mujer que soy hoy en día se lo debo a mi mamá. Soy un promedio de la realidad que veían mis ojos y la ilusión y cariño con que me veía su corazón.